Por José Francisco Argente.
Formador de profesores de Yoga por la Asociación Española de Practicantes de Yoga (AEPY)

Hoy día disponemos de una gran variedad de técnicas que pueden mejorar la salud y favorecer nuestro desarrollo integral como personas; algunas son milenarias y bien conocidas, otras son más recientes, pero todas pretenden un mismo fin terapéutico.

Hemos oído hablar o practicamos: Tai-Chi, Meditación, Reiki, Yoga, Renacimiento, Bioenergética, Chamanismo, R.P.G., Masajes, Fitoterapia, Aromaterapia, Rolfing, Cromoterapia, Hidroterapia, Acupuntura, Homeoterapia, Naturismo, Diafreoterapia, Gemoterapia, Expresión corporal, Psicoterapia, Reflejoterapia, y un larguísimo etc.

Estas terapias, unas convenientemente regladas y otras más libres, son utilizadas por millones de personas diariamente, con resultados diversos. Pero, detrás de cada una, se halla siempre un terapeuta. Y las preguntas surgen necesariamente alguna vez; tras esa terapia o terapeuta concreto: ¿Hay libertad y respeto hacia la persona que acude a recibir la técnica? ¿La formación y el reciclaje continuo del terapeuta es suficiente? ¿Los productos empleados son necesarios y adecuados, independientemente del margen comercial que dejen? ¿Las tarifas, cuando el terapeuta vive de su trabajo, se corresponden con la dedicación y atención prestada o son abusivas? ¿Hay engaño, prepotencia, rutina o manipulación por parte del terapeuta? ¿Se utiliza la terapia con fines sectarios? ¿Se persigue el dominio de la técnica como un fin en sí mismo o como obtención de poderes extraordinarios? ¿Se han evidenciado los beneficios de la técnica empleada o son una falacia.

¿Cómo distinguir el trigo de la cizaña? Y aún más: ¿Cómo saber si un terapeuta está aplicando la técnica correctamente?

Evidentemente el tema es complejo, porque siempre hay terapeutas mejores y peores, llegando a existir auténticos desalmados que, apoyándose en técnicas loables, las utilizan incorrectamente en beneficio propio. En ocasiones no depende únicamente del nivel de conocimientos -aunque éste sea un factor esencial-, pues como decía Fritz Perls, creador de la Terapia Gestalt, hay “terapeutas innatos”; y ya deberíamos saber que conocimiento sin compasión no es sabiduría; que las técnicas no son sino herramientas y la validez de la terapia o del terapeuta viene siempre dada porque la persona atendida obtiene una vida más saludable, feliz, plena y consciente, más auténtica en definitiva.

Ninguna práctica terapéutica debería ser antepuesta a la libertad, tolerancia y respeto que merece toda persona que “se pone en manos” de un terapeuta.

Poe eso me parecen fundamentales tres ejes en los que basar toda terapia: Amor, conocimiento profesional y servicio responsable.

Ayuda amorosa sin imposiciones y con conocimientos suficientes. Curar y servir, con el objetivo siempre de que cada persona sea la verdadera protagonista de su vida, capaz de tomar decisiones libremente, desde su responsabilidad y su madurez.

Lo que trato de remarcar es que el amor es el principio básico que debe darse en toda terapia y que su eje fundamental, más allá de cualquier técnica, es siempre la vida y la persona.

Si analizamos etimológicamente la palabra terapeuta, veremos que proviene del griego “Zerapeueien”, que significaba curar y servir, todo al mismo tiempo. Curar y servir es lo que han hecho siempre, en la historia de la humanidad, las personas consideradas como santas. La misma palabra santo deriva posiblemente de la raíz sánscrita shanti, que a su vez significa paz; y es que el santo es, tradicionalmente, una persona en paz consigo mismo y con el entorno, y por eso puede transmitir a otros la serenidad y la curación.

Ante tanta utilización y comercialización, a veces incluso deshumanizada, que se está haciendo de técnicas terapéuticas para fines doctrinarios, comerciales o ideológicos, hay que volver una y otra vez a la premisa básica que relaciona inseparablemente amor y terapia.

Partamos siempre de la sencillez, la profesionalidad responsable y el amor; porque, desgraciadamente, en este mundo occidental desquiciado y mal llamado desarrollado, no hay supervivencia humana sin amor.

Por eso, cuando surjan dudas, no perdamos jamás la referencia a la vida y a la persona como valores éticos fundamentales, por encima de cualquier excusa, ideología o consideración engañosa.

                                                                                                                                                                   OM SHANTI OM