Escritor y psicólogo norteamericano, James Redfield trabajó durante más de una década en el cuidado de adolescentes que habían sufrido algún tipo de maltrato. Es autor entre otros libros de “Las nueve revelaciones”, una síntesis de psicología y religiones orientales que ha sido traducido a 34 idiomas y del que se han vendido más de 20 millones de ejemplares en todo el mundo.
La Experiencia de lo Místico
La idea de la experiencia mística se introdujo en la conciencia masiva de la cultura occidental a fines de la década de los 50, sobre todo como consecuencia de la divulgación de las tradiciones hinduista, budista y taoísta por parte de escritores y pensadores como Carl Jung, Alan Watts y D. T. Suzuki. Esta difusión continuó en décadas posteriores con una multitud de trabajos, entre ellos los de Paramahansa Yogananda, J. Krishnamurti y Ram Dass, que afirmaron la existencia de un encuentro interior místico que puede experimentarse en forma individual.
Durante esas mismas décadas, un vasto público popular empezó a interesarse por la rica tradición esotérica de espiritualidad que tenemos también en Occidente. Los pensamientos de San Francisco de Asís, Meister Eckhart, Emanuel Swedenborg y Edmund Bucke despertaron interés, porque todos estos pensadores, como los místicos orientales, afirman la existencia de la transformación interior.
Creo que hemos llegado por fin a un punto en que la idea de una experiencia personal trascendente -llamada iluminación, nirvana, satori, trascendencia o conciencia cósmica- alcanzó un nivel significativo de aceptación; ya forma parte integrante de nuestra nueva conciencia espiritual. Como cultura, hemos comenzado a aceptar los encuentros místicos como algo real y accesible a todos los seres humanos.
Pasar de la Idea a la Experiencia
Como cultura, en Occidente iniciamos nuestro análisis de la experiencia mística con largas discusiones y especulaciones intelectuales. Necesitábamos familiarizarnos con conceptos nuevos y luchábamos por encontrar una forma personal de integrar esas nociones con nuestra idea occidental de lo que es real. Esas conversaciones estimularon nuestro interés y arrojaron nueva luz sobre nuestras ideas espirituales abstractas, sobre conceptos tales como “comunión con Dios”, “buscar el reino interior” y “renacer”.
No obstante, en cierto modo, las discusiones se mantenían en el ámbito de la aceptación abstracta del hemisferio cerebral izquierdo. Pese a que muchos intuían la posibilidad de dichos encuentros, sólo unos pocos experimentaban verdaderos momentos de trascendencia. No obstante, las divulgaciones continuaban y, en mi opinión, hemos ido acercándonos cada vez más a la actualización popular de esta experiencia. Ahora oímos hablar de descripciones personales precisas de encuentros místicos no sólo en libros o conferencias, sino de personas que conocemos. A raíz de esto, la idea está convirtiéndose en una realidad vivida, afirmada en otros y expresada con una coherencia que nos dice que la experiencia interior trascendente es algo que ocurre realmente a personas reales.
Esto nos está ayudando a alcanzar un nuevo nivel de honestidad, en especial con nosotros mismos. Si miramos hacia adentro y nos damos cuenta de que todavía no tuvimos un encuentro así, nuestra búsqueda de la experiencia trascendente puede pasar a ser una prioridad. Y pienso que también nos damos cuenta de que el encuentro interior transformador puede ocurrir de muchos modos, por muchas vías.
Lo importante no es la religión, la práctica o la actividad particular que nos lleva hasta allí, sino la percepción mística aumentada que constituye su destino. Es esta experiencia en sí la que expande nuestra conciencia y nos baña en una sensación de seguridad, bienestar y claridad nunca soñada antes de que ocurriera.
Oración y Meditación
La oración y la meditación, dos de los caminos más tradicionales, desembocan a menudo en la experiencia de la transformación interior. Todas las religiones importantes del mundo usan alguna de estas formas de comunicación con lo divino. En general, cuando rezamos invocamos por alguna razón a un divino creador o fuerza, pedimos ayuda, guía o misericordia en un sentido activo. Tenemos en mente algo que queremos. Pero también rezamos por la pura experiencia de comunión o conexión. Cuando se practica en este último sentido, la oración se parece mucho a la meditación: calma la mente, aparta la charla del ego, busca una conexión más elevada.
Algunas tradiciones religiosas sugieren utilizar un mantra (palabras o sonidos repetidos que invocamos o en los que nos concentramos) para asistir estos esfuerzos. Cuando surgen otros pensamientos, la persona que medita sabe que debe dejarlos pasar y volver a un punto de atención en el mantra y a la quietud de la meditación. En algún punto, los pensamientos desordenados empiezan a ceder y la persona se sumerge más en la relajación hasta que la sensación del yo ordinario comienza a expandirse hacia la experiencia de trascendencia.
Tanto la oración activa como la meditación pueden desembocar en una experiencia interior transformadora en la que percibimos nuestra conexión con lo divino como el éxtasis de ser uno con todo el universo.
Evaluaciones de la Experiencia Mística
Cuando la sincronicidad nos lleva a dar el siguiente paso a la experiencia mística directa, todos superamos la tentación de simplemente intelectualizar este pasaje. Estar felices con la idea de la transformación mística, sentirnos intrigados por ella, tenerla presente, todo eso está muy bien como primer paso. Pero, como todos empezamos a reconocerlo, creer intelectualmente no es lo mismo que vivir de veras la experiencia.
Vuelvo a mencionarlo porque el viejo paradigma materialista constantemente nos hace pensar, analizar y relacionarnos con los lugares y las cosas desde esa perspectiva. Resulta obvio que nadie está calificado para evaluar si experimentó esa apertura interior a lo divino, excepto uno mismo. Por eso la experiencia ha sido siempre tan esquiva y misteriosa. Lo que estamos buscando es algo más que la apreciación intelectual de la belleza de un sitio especial o la cómoda relajación de la oración y la meditación o la euforia del éxito con un juego.
Todos debemos encontrar esa experiencia espiritual que nunca sentimos antes y que expande nuestro sentido del yo desde el interior, que transforma nuestra comprensión respecto de quiénes somos y nos abre a la inteligencia que hay detrás del universo. Por eso muchas veces debemos esperar hasta tener la experiencia en sí para saber con exactitud en qué consiste. Hasta entonces no contamos con ningún ejemplo real de cómo nos afectará.
No obstante, creo que hablar sobre la experiencia real trascendente es útil en este sentido. Los místicos siempre han sostenido que la experiencia de lo absoluto que puede describirse no es la experiencia real, y creo que es cierto. Por otro lado, parece haber evaluaciones compartidas para una experiencia de ese tipo que están surgiendo en la conciencia humana y que pueden guiarnos por el camino y ayudarnos a decidir si la experiencia en realidad está sucediendo.

La Sensación de Levedad
Uno de los criterios que podemos aplicar es la sensación de levedad. Durante una experiencia mística, en vez de tener que luchar contra la gravedad, apartándonos de la Tierra con los pies cuando estamos parados o caminamos, empezamos a sentirnos como nos sentimos cuando vamos en un ascensor rápido para abajo. Disminuye nuestra sensación de ser pesados y empezamos a adquirir la sensación de estar casi flotando.
Este fenómeno se presenta en la experiencia mística, ya sea durante la oración, la meditación, el baile o cualesquiera de los otros caminos. Podemos estar en una posición del yoga o practicando taí ch’i o caminando hacia un lugar de gran belleza, cuando de pronto la percepción de nuestro cuerpo empieza a cambiar. Sentimos una energía que empieza a llenarnos desde el interior, y al mismo tiempo afloja la rigidez y la tensión dentro de nuestros músculos. También se modifica nuestro sentido del movimiento. En vez de movernos con la sensación de que músculos individuales empujan hacia fuera contra el piso o el suelo, todo el cuerpo empieza a moverse desde una posición central en el torso.
Cuando nos levantamos o caminamos, mover las piernas y los brazos nos exige menos esfuerzo porque la energía para hacerlo emana ahora de esta fuente central. De hecho, el poder de esa energía nos da la sensación de que estamos flotando o planeando sobre el suelo. Esto explica por qué las disciplinas del movimiento como el yoga, la danza y las artes marciales son tan propicias para la trascendencia interior. Nos permiten experimentar la gravedad de otra manera, poner al descubierto la energía que hay adentro, y cuando sale plenamente nos sentimos expandidos hasta tal punto que nuestros cuerpos empiezan a moverse en una postura perfecta. La cabeza se levanta y se extiende al máximo sobre la columna. Sentimos más fuerte la espalda, recta gracias a su propia energía, no debido a un esfuerzo muscular intencional.
La sensación de levedad es, por lo tanto, un indicio preciso de experiencia mística. Es algo que podemos medir; sabemos que al alcanzar lo trascendente empezamos a sentirnos más vigorosos, como si un canal de energía espiritual hubiera empezado a inflarnos desde adentro.
El Sentido de Proximidad y Conexión
Otro cambio conocido en la conciencia que se produce durante una experiencia interior trascendente se refiere al grado de proximidad que sentimos con los objetos que nos rodean. Con “proximidad” quiero significar que todo de pronto parece estar más cerca de nosotros. Esto puede ocurrir en cualquiera de las vías a lo místico mencionadas, pero su efecto se ve aumentado cuando estamos en una zona en la que podemos ver a lo lejos.
Dentro de este marco, una nube distante flotando en el cielo de golpe se vuelve más pronunciada en nuestra conciencia. En vez de formar parte del paisaje chato, sin ningún interés particular para nuestra conciencia, la nube ahora se destaca con un nuevo sentido de forma y presencia. De pronto la sentimos más cerca, como si pudiéramos estirarnos y tocarla con la mano. En este estado, otros objetos parecen más cercanos también: una montaña distante, árboles sobre una pendiente, torrentes en el valle. Todos estos objetos parecen tener ahora una mayor presencia y relación pese a estar muy alejados. Se nos vienen encima, literalmente, y requieren nuestra atención.
Esta percepción guarda relación con la descripción mística común de experimentar una sensación de unidad con todas las cosas. Al mirar nuestro medio ambiente mientras estamos en este nivel de conciencia, todo lo que percibimos nos parece parte de nosotros mismos, aunque no en el sentido de relacionarnos con las cosas del mundo viendo a través de sus ojos. Tal como señala Alan Watts, esta experiencia consiste más bien en sentir que todo lo que nos rodea es parte de nuestro yo cósmico más amplio y ahora está viendo a través de nuestros ojos.

Un Sentido de Seguridad, Eternidad y Amor
Ya hablamos de los importantes hallazgos tanto de los místicos como de los psicólogos de las profundidades: los seres humanos tienden a estar inseguros y ansiosos en el mundo, separados de la fuente interior de su ser. La vida captada con plena conciencia existencial es a menudo ominosa y está llena de presagios; la presencia de la muerte resulta amenazadora. Frente a esta ansiedad, la humanidad actuó de dos maneras históricas. Una es que nos volvimos inconscientes y empujamos la realidad de nuestra inseguridad bien al fondo; otra es que creamos una cultura rica con mucha actividad, muchas diversiones y sentido heroico. Por eso la era moderna, por ejemplo, se sumergió en preocupaciones materiales y seculares dejando de lado todo lo que nos recordaba los misterios de la existencia.
En el nivel personal, tratamos de resolver nuestra inseguridad intentando dominar a otros seres humanos, ya sea de manera pasiva o agresiva, recibiendo así lo que ahora sabemos que es la energía espiritual de la otra persona, que nos hizo sentir más plenos y seguros durante un tiempo. Los dramas de control comunes son modos que la mayoría de nosotros manipulamos para obtener esa energía. Sin embargo, debemos recordar que los dramas funcionan porque nos falta energía, estamos apartados de la fuente.
La apertura mística interior resuelve esta inseguridad existencial. Por lo tanto, un indicio clave para este estado es la sensación de elevación y euforia. Al abrirnos a la energía interior divina, tenemos la certeza de que la vida es eterna y espiritual. Esto deriva de la percepción de que formamos parte del gran orden del universo. No sólo somos eternos sino que estamos protegidos, incluidos, colaboramos incluso en el gran plan que es la vida en la Tierra. Y si estamos atentos al sentido de bienestar y de seguridad que penetra en nosotros, podemos ver que nos sentimos a salvo porque estamos llenos de una fuerte emoción que impulsa todas las otras emociones; estamos imbuidos de un gran sentido de amor.
El amor es, por supuesto, el indicio más conocido de la trascendencia interior. Sin embargo, es un amor distinto del amor humano con el que estamos familiarizados. Todos hemos experimentado un tipo de amor que requiere un objeto de concentración; padre, cónyuge, hijo o amigo. El amor que es una medida de la apertura trascendente es de otro tipo. Es un amor que existe sin un punto de atención pensado y se convierte en una constante penetrante que mantiene a todas las demás emociones en su contexto.
El Recuerdo de Nuestras Experiencias
Considero que estas señales identificables de la experiencia trascendente son positivas en dos sentidos. Primero, nos ayudan en nuestra búsqueda de la experiencia mística real. No de antemano, ya que para ingresar en lo trascendente debemos abandonar el intelecto, sino después, al evaluar si de hecho accedimos a este nivel de conciencia.
En segundo lugar, las señales nos ayudan a integrar esta experiencia trascendente en nuestra vida cotidiana. Las experiencias místicas son muy fugaces y se desvanecen tan rápido como comienzan. Después debemos participar en la disciplina de una práctica, una forma de orar, de meditar o movernos regularmente que apunte a volver a la euforia del estado místico y tomarla como base.
Cada día debemos recordar cómo nos sentimos, evocando cada una de las señales y luego adoptarlas, quererlas, integrarlas en nuestra vida. No podemos salir por completo de los dramas de control en los que caemos o enfrentar nuestras propias manipulaciones hasta no tener suficiente energía y seguridad interior. Esto es algo que sólo la experiencia mística puede darnos y luego debemos recordar el nivel de conciencia que sentimos.
Con el primer movimiento que hacemos al salir de la cama por la mañana, podemos recordar las señales y acercarnos todo lo posible a la conciencia original. Recuerde la levedad y la coordinación, la sensación de proximidad y de unidad, el flujo de energía y seguridad hacia el interior. Es sumamente importante que recordemos el estado de amor divino que sentimos. Mediante la práctica podemos reactivar el recuerdo de esa sensación hasta percibir que estamos llenos del amor que nos guiará a lo largo del día.
Si el amor aparece, sabemos que estamos abiertos a la fuente divina de energía que siempre está en nuestro interior. Esto, por supuesto, no significa que nunca más vamos a sentir las emociones negativas de la rabia, los celos o el odio. Significa únicamente que, cuando esto ocurre, la constancia del amor evita que esas emociones negativas invadan nuestra mente. Quedan dentro de un contexto razonable en el cual podemos sentirlas y dejarlas ir, concentrándonos en el amor penetrante que energiza nuestro ser.
Creo que debemos recordarnos nuevamente que sólo nosotros, en tanto individuos, podemos querer que esas señales pasen a formar parte de nuestra vida cotidiana.
Después de una experiencia de trascendencia debemos adoptar la disciplina para integrarlas. Cuando estamos cerca de otros que exhiben esa conciencia, es posible que la recordemos, pero nada sustituye el hecho de volver a la fuente, en forma consciente, para aumentar el reflejo de esas señales en nuestra vida personal.
Cuando establecemos este compromiso disciplinado de mantener la apertura energética que experimentamos, empezamos a dar el siguiente paso en la concienciación. Empezamos a notar una aceleración de las coincidencias, ya que ahora tenemos mayor conciencia del camino único de nuestro destino.
James Redfield
Ref.: La Nueva Visión Espiritual, Ed. Atlántida