La segunda opción que tienes es aceptar que la situación es la que es, aunque hubieras preferido que fuera otra. En ese momento te rindes, aceptas que es de éste y no de otro modo como vas a despedir a ese ser querido que finaliza su vida en La Tierra.
Cuando te resignas permaneces en la cabeza rumiando y dando un sinfín de vueltas al porqué lo has tenido que hacer así. Miles de argumentos se agolpan en tu cabeza hasta saturarla y colapsarla. Todo es vivido de manera borrascosa.
Tu mente genera un torrente incesante de ideas que intoxican el cuerpo y bloquean el corazón, generando un trauma del que costará mucho tiempo salir.
Cuando te rindes y aceptas la forma del momento presente, dejas de luchar. La cabeza para. Cesan las ideas, los argumentos, las opiniones y la mente se detiene. El cuerpo se relaja y el corazón se abre. La paz lo inunda todo y escuchas eso que el momento presente te quiere enseñar.
En este contexto, la vida te habla. Con la cabeza libre de pensamientos y el corazón abierto, atiendes y descubres que esa nueva manera de vivir esto a la que la vida te abocó, es un regalo no solo para ti, sino para todos. Descubres que todo ese armatoste social que envolvía el fallecimiento de una persona, nos despistaba de lo que realmente estaba aconteciendo.