Marta Bondía es profesora de Yoga y Yogaterapia e imparte clases en nuestros Centros.
El día 6 de Abril falleció mi padre. Desde aquí agradezco su vida, lo compartido, lo aprendido e incluso lo explorado a su lado tras su muerte. Esto precisamente es lo que quiero contar, mi última experiencia junto a él.
Históricamente y también en nuestro tiempo está muy difundida la costumbre de celebrar velatorios, reuniéndonos en torno al cuerpo del fallecido familiares y amigos. Esta costumbre tan arraigada ha caído fulminada por el estado de emergencia sanitaria decretado. En este momento no podemos velar el cuerpo, ni reunirnos familiares y allegados para compartir la pérdida del ser querido y acompañarnos en el trance.
Y ¿qué sucede cuando la vida nos cambia el paso y nos impide actuar como siempre habíamos hecho? ¿Cómo reaccionamos ante ello? Dos son los modos, o nos rebelamos contra ello o lo aceptamos.
En esta ocasión tan excepcional es posible rebelarse, pero no es posible actuar de un modo diferente y ello te aboca a resignarte, llena de rencor y desazón por no poder hacer aquello que tú quieres.

La segunda opción que tienes es aceptar que la situación es la que es, aunque hubieras preferido que fuera otra. En ese momento te rindes, aceptas que es de éste y no de otro modo como vas a despedir a ese ser querido que finaliza su vida en La Tierra.
Cuando te resignas permaneces en la cabeza rumiando y dando un sinfín de vueltas al porqué lo has tenido que hacer así. Miles de argumentos se agolpan en tu cabeza hasta saturarla y colapsarla. Todo es vivido de manera borrascosa.
Tu mente genera un torrente incesante de ideas que intoxican el cuerpo y bloquean el corazón, generando un trauma del que costará mucho tiempo salir.
Cuando te rindes y aceptas la forma del momento presente, dejas de luchar. La cabeza para. Cesan las ideas, los argumentos, las opiniones y la mente se detiene. El cuerpo se relaja y el corazón se abre. La paz lo inunda todo y escuchas eso que el momento presente te quiere enseñar.
En este contexto, la vida te habla. Con la cabeza libre de pensamientos y el corazón abierto, atiendes y descubres que esa nueva manera de vivir esto a la que la vida te abocó, es un regalo no solo para ti, sino para todos. Descubres que todo ese armatoste social que envolvía el fallecimiento de una persona, nos despistaba de lo que realmente estaba aconteciendo.

En este momento en el que hasta la muerte se ha descremado, la vida te pone sola en la distancia ante un hecho trascendental. En esa soledad, distanciada de aquellos con los que la hubieras pasado acompañada, te encuentras a ti y a él, al difunto, corazón con corazón lanzados a vivir la experiencia. Y en ese momento, tu corazón se abre al corazón del que se está yendo. Y te das cuenta de que nunca jamás habías acompañado a nadie realmente en este trance. Que lo único que habías hecho era estar distraído.
En este momento tu corazón es capaz de unirse al del otro, sentirlo, ser consciente de sus necesidades, acompañarlo en ese tránsito hacia su nuevo destino. En ese momento descubres que no hay separación real, que la muerte no es un punto y aparte sino una continuación, y que en ese momento velas por ese ser, lo acompañas desde tu corazón ofreciéndole lo mejor que tienes. Contribuyes a que lleve el mejor equipaje que se puede tener en ese momento, tu amor hacia él, tu gratitud por toda su vida y tu agradecimiento por haberla compartido.