Esta entrevista está publicada en el libro de Hilario Ibáñez “Cuando la vida nos vive; una invitación a indagar qué soy”.

Esteve Humet es sacerdote católico y psicólogo clínico de orientación humanista y transpersonal. Muy marcado vitalmente por la India, donde suele retirarse a menudo. Vive habitualmente en Mallorca aunque mantiene una relación continuada con Cataluña, donde imparte talleres de meditación.

¿Cómo defines espiritualidad o prefieres hablar de interioridad?
Vamos a empezar el tema, pero lo que se me ocurre primero es explicar una anécdota. La contaba el padre Bede Griffiths, que era un monje cristiano en India, muy buena persona; ya murió, era inglés; él estaba en el Ashram Shantivanam que fundó el padre Jules Monchanin en el año 1947. Éste era un sacerdote francés que sintió la necesidad de ir a la India a vivir como los monjes hindúes, porque decía que el cristianismo había ganado terreno en la India siempre a partir de la atención a los más pobres, y había entrado en las capas bajas, en los intocables, pero no había entrado en el hinduismo como vivencia espiritual. Su pretensión era entrar también a través de la dimensión contemplativa. Se va a la India con esa idea, pero el obispo le pide que antes de crear su propio ashram atienda una parroquia durante un año. El hombre se va a la parroquia y, para ir conociendo el entorno, va a visitar la escuela. La maestra le saluda, los niños se ponen de pie con mucho respeto, muy formales, y entonces la maestra le dice, “pregúnteles algo, si quiere” y pregunta a un niño: “oye ¿dónde está Dios?” y el niño, rápidamente contesta “allí” señalando con el dedo hacia arriba. La maestra, así por lo bajo le dice: “este niño es cristiano”; después hace la misma pregunta a otro niño y el niño contesta: “aquí”, señalando hacia su pecho, “aquí dentro”. La maestra se acercó al sacerdote y le dice: “este niño es hindú”.

Esto, que es una anécdota, es muy significativa de dos enfoques diferentes y complementarios.

A Dios, desde nuestra cultura judeo-cristiana lo situamos como el “todo Otro”, pero siempre afuera. Si en nuestro mapa interno de la realidad espontáneamente, mentalmente, lo situamos afuera, entonces podemos cortar el vínculo con Eso que está fuera y hacer nuestra vida aquí como si Dios no existiera. O quizás podemos sentirnos vinculados, pero siempre con esa imagen de Algo o Alguien que mueve la realidad creada como si fuese una marioneta, con sus hilos. Entonces tú estás aquí y preguntas desde abajo: “¿cuál es tu voluntad?”, “…ay, pero no te acabo de escuchar bien ¿qué me dices?” y, claro, no sé si lo hago bien, cosa que a menudo me hace sentir mal, incluso culpable: es la dinámica en la que nos han educado.

En cambio, cuando sitúas a Dios en tu interior, más bien te dices: “Dios es mi Yo más profundo y el gozo de Dios es que él se exprese a través mío y que yo esté vivo”. Siendo yo quien debo ser en el mundo, porque soy único, eso es lo que he venido a realizar… En este sentido soy co-creador con Dios, porque Dios me necesita para crear, para generar realidad concreta, material. Él lo hace a través mío y, en la medida en que estoy ajustado con este fondo y ajustado con el entorno, éste voy a ser yo y ésta va a ser mi aventura… Fíjate qué cambio de enfoque!

En este sentido, espiritualidad quiere decir conexión con este Fondo, más allá de lo creado, pero que está en mi interior y en mi exterior, naturalmente, porque está en todo… Si espiritualidad quiere decir el conectar con la realidad exterior desde mi propio lugar y al mismo tiempo viendo afuera esta presencia que he descubierto en mi interior, entonces me siento muy cómodo con esa espiritualidad. Si, en cambio, espiritualidad quiere decir desconectarme de la realidad en aras de un Dios que está más allá, en un cielo en el que lo conoceré cuando me muera, ese tipo de espiritualidad me parece poco interesante o atractiva.

Lo que pasa es que cuando se habla de Dios desde una cultura como la nuestra, hablamos de una relación personal entre Dios y yo en términos de alteridad.
Puede ser, pero yo veo que el autor anónimo de “La Nube del No-Saber” habla de ese Más Allá que se nos hace accesible desde el amor. El maestro Eckhart habla de nuestra participación en la esencia de Dios. Santa Teresa, que es muy occidental, habla de su vivencia de unión con Dios. Jesús mismo dice: “el Padre y yo somos una misma cosa”… La gente despierta no percibe a Dios sólo afuera, porque despertar es darte cuenta de que los límites que te separan del resto de la realidad desaparecen. El dentro y el afuera se diluyen: ¿dónde está el dentro y dónde está el afuera? ¿dónde está el otro y dónde estoy yo?… Te das cuenta entonces de que juegas con la paradoja: si estás hablando desde el yo individual, desde lo físico y lo psicológico, a este nivel somos dos; es evidente que somos dos y con esquemas distintos.

Pero desde el momento en que hablas desde lo que se ha descubierto, lo que se ha despertado en tu propio interior, haciéndote consciente de que formas parte de un todo, de que tu criatura individual -lo que llamaríamos el yo individual- es una pieza de un todo. Lo que da esa consciencia de conexión, lo que se ha despertado, es el Espíritu, el Yo profundo, el Ser; llámalo como quieras. Eso nos introduce en una especial consciencia de Unidad, que se expresa en la multiplicidad de las criaturas a manera de Presencia subyacente que las une en su diversidad.

Los dos aspectos de la paradoja son verdad. El lenguaje es muy traidor, porque ¿desde dónde estamos hablando? Si mi discurso lo hago desde mi yo pequeño, desde Esteve, que Esteve se pusiera como Dios sería una necedad: “eres una simple criatura!”. Pero que no se descubra divino a ningún nivel, aún es más necedad, porque es negar la realidad, porque, verdaderamente Dios le ha hecho grandioso, a él y a cualquier otra criatura.

Fíjate en la experiencia de Pablo: Cristo, Jesús, Hijo de Dios, es la Cabeza, pero nos descubre que nosotros somos el Cuerpo: ¡somos el Hijo de Dios!; no equivalentes o más o menos divinos que él, no es ése el planteamiento. Somos “el” Hijo de Dios. Eso es lo que Jesús ha descubierto. Y cuando descubre esa realidad, en la medida en que la vive, se da cuenta de que él es mucho más que el Jesús histórico, el individuo Jesús: “Yo Soy desde toda la eternidad…” Ésa es, a mi juicio, la vivencia común de los místicos: ser una Realidad que transciende las individualidades.

Esteve Humet con Pilar Ínigo, directora de los Centros de yoga

Entonces, la relación con Dios ¿es una relación personal?
Hablabas de “relación personal” entre Dios y cada uno de nosotros. Cuando hablamos de “persona”, me gusta referirlo a la Trinidad. Hablamos de la Trinidad, las tres personas que son un único Dios. Y cuando nos referimos a ello, a menudo lo hacemos espontáneamente, con una cierta proyección psicológica, como refiriéndonos a tres individualidades, a tres individuos cada uno con papeles distintos, cuando el término “persona” precisamente, a mi juicio, lo que quiere expresar es la dimensión relacional en el Absoluto, que es, en realidad, el referente de nuestro propio proyecto personal. Me explico:

Cuando el niño nace, se identifica con la madre en el interior de la cual ha vivido nueve meses. Acto seguido el niño se va identificando con todo lo que le rodea y si se cae y se hace daño con la mesa, pega a la mesa, porque aún no tiene conciencia de separación, de límite. El proceso del niño es un proceso progresivo, necesario, de individuación que le irá marcando límites respecto a su mundo exterior: va descubriendo que tiene pies, manos, un cuerpo. Y más tarde que tiene fantasía, que tiene sentimientos.

En la adolescencia querrá estructurar su ideología particular, sus criterios, sus valores y tenderá a reafirmarse respecto a los padres, a encontrar su propio espacio en el mundo, su propio “ser en el mundo”. Todo eso constituye un proceso de individuación muy válido que marcará quién es él en tanto que diferente al resto de los individuos, con sus capacidades y límites propios. Eso es bueno, porque cuanto mejor hagas ese proceso, cuanto más armónico sea y más descubras quién eres tú, en tanto que diferente del resto de los humanos y del mundo, mejor vas a poder encontrar tu lugar, tu vocación.

Después, ese mismo proceso te va a llevar a abrirte al otro y descubrir la diferencia en la pareja, en las emociones, en el amor, en la sexualidad, y vas a descubrir el mundo y la sociedad y vas a descubrir que vale la pena ser voluntario y servir…Entonces ya poco a poco te vas dando cuenta de que eres más tú en la medida en que descubres más al otro. Eso es lo que yo entiendo que es el proceso de personalización, que, cualitativamente, da plenitud al anterior proceso de individuación.

¿Cuál sería, pues, la plenitud de ese proceso de personalización?
Cuando descubres que tú eres Todo. ¿Cuál es, por tanto, el referente de mi personalidad? La Divinidad misma, que es un “círculo relacional” al que nos referimos al hablar de las tres Personas: El Padre es un puro darse, salir de sí mismo: “Yo soy Tú”. Ese tú es el Hijo, toda la creación… Hay un mito en la India que dice que Dios estaba solo y se aburría y crea un Tú, que es una proyección de su propio Yo. Y lo crea ignorante de su Origen, para que, a través de un proceso histórico, marcado por el tiempo, pueda descubrirse y reencontrarse en ese Origen…y eso es la historia.

Así pues, el Tú es el Hijo, la Palabra en la cual todo es creado, como dice el evangelio de Juan. A partir de ahí se dará, en la creación, todo un proceso evolutivo de consciencia. Desde la perspectiva cristiana, la cumbre de todo ese proceso evolutivo sería Jesús Resucitado. Ésta es la imagen de Pablo: en Jesús Resucitado toda la creación encuentra su plenitud de sentido y de existencia al reencontrarse en el Origen, después de un largo proceso evolutivo y progresivo de consciencia, de despertar.

El referente de la relación interpersonal, de la plenitud de nuestro ser personal, sería, pues, el Padre que dice “Yo soy Tú”, en un proceso permanente de creación, y la respuesta de esta creación, el Hijo, que, en una rendición absoluta, pura expresión de un Amor total, dice “Abba, Padre”: se pierde en el Padre. Ese Amor unificante sería la tercera Persona, el Espíritu.

¿Qué es, por tanto, lo específico de la personalidad? El permanente salir totalmente de ti mismo. Si hablamos de un “yo” separado de un “tú” estamos hablando de individualidades, no de personas La dimensión personal surgiría en la medida en que yo me pierdo en un Tú, en el marco envolvente del Amor. Ésa es nuestra aventura personal.

Es muy interesante todo esto porque en occidente cuando se habla de perderse o de disolver el yo, se habla como de perder la identidad, como de entrar en un proceso de autodestrucción de uno mismo, incluso psicológico… y no es eso ¿verdad?
Es la metáfora tan oriental de la gota. La gota de agua que se pierde en el océano, ¿se ha perdido? No, simplemente ha roto el límite. La gota ha descubierto que es océano. ¿Ha ganado o ha perdido? ¡Ha ganado!, porque ahora es océano. Ese es nuestro objetivo, estamos hechos para eso. Tarde o temprano volveremos al origen; venimos del Amor, estamos en el Amor y volveremos al Amor. ¿Es que se ha destruido tu yo individual? No, simplemente has roto los límites. Pero es que esos límites ya se empiezan a romper en el momento en que tú miras a una pareja y te enamoras y empiezas a aceptar que esa otra persona entra en tu vida, entonces ya no vale tu único criterio, aprendes a escuchar al otro y descubres un poco perplejo que cuando tú vas de alguna manera matando a tu ego, que quiere decir tu yo separado, eres más rico porque ya tu vida no es sólo la tuya, es también la de tu pareja. Luego, cuando vienen los hijos pasas noches sin dormir, pero dices: es una aventura apasionante, porque ya mi vida no es una vida pequeña, ahora incorporo a mis hijos. Y cuando vas descubriendo que la sociedad te interesa, amplias el campo de tu existencia más allá de tu familia y te das cuenta de que tu yo también se expande.

…y ese proceso no es un proceso, digamos, moral, ¿no?
Qué va! No tiene nada que ver; no es ideológico, no es fruto de un adoctrinamiento, no es porque a mí el evangelio me ha dicho que he de ser buena persona, etc., es fruto de que no puedo hacerlo de otra manera, porque si no, no soy feliz. Habla con Mercè Riera, el alma del Xiprer, el centro de acogida, y verás qué te dice. Su vida es esa: la sacas de aquí y a esta mujer la dejas sin sentido vital; no, no. Es que ya su vida es esa. Cada vida es la expansión de sí mismo. Su vida es darse a los necesitados de alimento en el cuerpo y en el alma. Me cuesta hablar de ello sin emocionarme…

A mí también me emociona porque, claro, es una manera de conectar a través de la palabra con la vivencia y desde la mente no tiene explicación; queremos cuadrarlo y no cuadra.
No cuadra, porque si te abres a esa dimensión tu ego se resiste con uñas y dientes, porque te dice: “oye, ¡es que me vas a matar! si te abres a esa realidad ¡voy a desaparecer!” Y no, lo que va a desaparecer es el control de tu aventura individual desde un mental programado, pero vas a vivir desde otro parámetro, mucho, infinitamente mucho más rico, aunque mucho más arriesgado, porque sales de la categoría temporal y entras en una dinámica diferente a la de las seguridades. Sólo tienes el presente, pero del que te fías cien por cien. Como única realidad sólo tienes la Presencia.

Tienes historia y tienes proyecto y tú lo asumes, pero sabes que esa nunca va ser la última palabra, que eres un “mandao” -como dicen los andaluces- y que el camino lo vas a descubrir presente a presente desde la conexión con el Fondo que te lleva, y sabes que eso es lo único que de verdad vale la pena. Todo lo otro, responder a tu proyecto vital creándote “pequeños absolutos”, pequeños dioses a los que engancharte, sabes que te va a generar dolor, porque ya lo has probado, porque ya lo has vivido como programado, adoctrinado.

Sabes que ese es el proceso de la libertad real y que significa vivir de otra manera. ¿Que vives mucho más en el aire?, naturalmente que sí, pero ¿quién no está en el aire? Es engañarse. “Oye, tengo tantos millones!” Sí, sí, pero ahora te da un ataque de corazón. Llévatelos al otro barrio!… Te engañas… Es mucho más seguro vivir conectado con la Fuente, porque entonces incluso la muerte ya no te da miedo, ya que vivir así es haber muerto ya en vida. Oh, ¿entonces no disfrutas de la vida? Al contrario, mil veces más, porque no te enganchas a nada: todo es bueno, todo es agradable, todo es bonito. Vives fluyendo como un río. Ves un paisaje bonito pero no te agarras al árbol para no perderlo, sino que lo disfrutas y lo dejas ahí y así dejas paso a nuevos paisajes. ¡Oh, es que vamos a hacernos viejos y el cuerpo cada vez va a perder más vitalidad! Cierto, pero al mismo tiempo notas que el alma se expande cada vez más y estás más cerca del otro lado, hasta que vayamos allá del todo.

El mal y el sufrimiento, ¿cómo lo enfocas en esta visión de las cosas?, porque parece que quien llega aquí ya no sufre, todo es bonito y feliz.
No, no, cuidado… La creación está marcada por la limitación. Eso forma parte de la creación, eso es lo que los hindúes llaman “el juego de Dios” ¿cómo interpretar, pues, el límite? Puedes decir: “Hombre, qué mal… qué chasco!”. O puedes decir: “Yo me fio de este Fondo. Me fío porque lo vivo como puro Amor”. No acabo de entenderlo desde la cabeza, porque ella no tiene perspectiva suficiente, ya que se mueve desde las categorías del espacio y tiempo. En el corazón, en el centro de mí, algo me dice: “fíate”, y como me fío, tengo la certeza interior de que todo está como ha de estar, aunque venga marcado por la limitación. El juego de Dios…

Es la metáfora que se usa en oriente: la creación es la “lila”, el juego de Dios. Entonces dices: “Bien, la creación está marcada por el dolor. Todo es cambio; en el otoño caen las hojas, las personas nacen, crecen y mueren; unos animales se comen a otros. En la creación hay dolor, pero ¿es sufrimiento? Eso es otra historia, porque el sufrimiento es cuando tú, psicológicamente, añades carga al dolor. Tú me das un pellizco ahora y me puedo sonreír, porque entiendo que es una caricia amable, o puedo vivirlo como si fuera una agresión y puedo enfadarme: “¿Por qué me agredes?” Y mañana puedo seguir estando irritado: “¿Cómo quieres que no esté enfadado, con lo que me hiciste ayer?” Esa es una carga que yo pongo a partir de mi propia programación. Una cosa es el dolor y otra el sufrimiento.

Toda la creación está marcada por el dolor. Si yo vivo y hago lo que me toca, si soy un pez grande y para sobrevivir he de comer peces pequeños, a este pez pequeño se le ha acabado su historia. Así funciona la naturaleza. Sin embargo, los humanos, como nos creemos que por tener cerebro tenemos el control de toda la creación, nos dedicamos a estropear la creación y generamos más dolor del necesario. Y después nos quejamos de que hay catástrofes, sequía, hambre, huracanes! ¿No será que hemos roto la armonía inicial? En este sentido somos más responsables de lo que nos creemos, del dolor causado.

Y si yo también en mi proceso personal no soy lo suficientemente armónico y agredo de alguna manera a mi pareja o a mi compañero de trabajo, pues ahí estoy generando más dolor del necesario, que es lo que llamamos el mal, porque es fruto de una desarmonía. El mal es el fruto de nuestra ignorancia, que nosotros también alimentamos. Pero desde una perspectiva oriental, incluso eso tiene sentido, porque forma parte de la dinámica del tiempo. Cuando miramos la creación fuera del espacio y el tiempo, todo está completo y todo está lleno. Es como una película en la que estamos inmersos.