Para reducir el dolor podremos hacer algo y comprometernos para transformar aquello que está causando dolor. Este compromiso, ¿de dónde nace?
El primer compromiso, el básico, el fundamental, el que va a ayudarnos a encontrar la concreción de todo otro compromiso es el descubrirte quién eres tú del todo. En el fondo, es decir, quién es Esteve, quién es Hilario, qué he venido a vivir en el mundo? ¿quién soy yo? ¿qué quiere vivir el Yo soy a través de Esteve? Y en la medida que yo estoy conectado, ese es el gran compromiso, porque ahí yo ya he dado el control de mi existencia a Eso y a partir de ahí ¿cuál va a ser mi trabajo? escuchar a Eso.
Y Eso ¿cómo me va a hablar? por dentro y por fuera, de una manera sutil a través de mi propia inteligencia, a través de mi intuición, y también me va a hablar desde fuera, a través de las circunstancias, de las personas, de la vida. Ese es el gran compromiso: estar atento y fluir… y, cuando fluyes, si estás donde has de estar, ahí vas a eliminar dolor, vas a “quemar karma”, que dirían los hindúes, quemar “costra” y vas a hacer que la vida sea más ligera para ti y para los que te rodean y para todo el universo. Pero si dices ¿cómo puedo ayudar a los que están muriendo en la India? Tú sé tú y no te preocupes de más; ya se encargará la vida de irte despojando. Es decir, ya irás encontrando el cómo, pero no te pre-ocupes: tú vive tu yo en plenitud y ya se encargará el Yo Soy de utilizarte.
Esto también es difícil de entender. La no acción que dicen los orientales, suena a pasividad.
Es una cuestión de prioridades. Occidente da prioridad al hacer y al tener respecto al ser y Oriente da prioridad al ser: si eres, harás, no te preocupes. ¿Cómo harás? no lo sabes, pero harás. Quizás es que hemos de vivir esta dimensión de cuerpo místico de una manera más corporativa. Si todos estamos conectados con el corazón, la sangre fluye…Vive tu historia, la que te toca vivir a fondo y no te preocupes respecto a lo que vas a hacer, ya que el compromiso surgirá. Cuando uno se alinea con la Vida, la Vida te toma.
Y cómo has llegado hasta aquí? ¿cuál ha sido tu proceso?
Creo que era una buena persona, nacida en una familia de buena gente, con una referencia de Dios vivida con seriedad. Entonces también tú quieres vivirlo con seriedad. Pero, naturalmente, en la época en la que yo fui educado, en los años cincuenta, lo vivía también muy adoctrinado. Vienes, pues, de un proceso de adoctrinamiento fuerte y vas aprendiendo a descubrirte a ti mismo. El encuentro clave fue el encuentro con el ermitaño de Montserrat a mis 19 años (el año 1966). Sentía una inclinación a darme a los demás, y al descubrir a este hombre vi en él una persona que vivía aquella espiritualidad de la cual me hablaban y que me atraía mucho; veía libertad. Empecé a descubrir el valor de la energía, de lo intocable, pero perceptible a ciertos niveles. Yo veía que aquel hombre respiraba mucha paz. Hablábamos, pero sobre todo teníamos ratos de meditación silenciosa. Cuando me miraba me sentía conocido. Iba con una lista de cosas para preguntarle y la lista se difuminaba luego, porque te ponía en otro estado mental, en otro estado de conciencia. A raíz de este contacto, me dije: “Esto es lo que siento que he de comunicar. No he de comunicar ideas; he de comunicar vivencias. Yo quiero vivir esto”. Ahí empieza todo un proceso de ir hacia el interior, de buscar lo que mi cabeza no me daba: descubrir este despertar.
A partir de ahí empiezo a conocer, porque él me lo descubre, a Ramana Maharshi. Descubro el camino de la no-dualidad. Entro en un conflicto ideológico. Se me van rompiendo esquemas y es cuando veo que quiero compartir la vida de los monjes. Voy a Monserrat, quiero hacer la experiencia monástica, pero siento que mi vida, a la larga, no está ahí. Me imaginaba más bien viviendo como monje en la India. Es un proceso de ir descubriendo quién soy yo realmente, más allá de lo doctrinal. Luego voy teniendo contacto con jóvenes; surge una comunidad y entonces empiezo a cuestionarme muchas cosas. Comienzo un proceso de trabajo psicológico y hago terapia. Empiezan a caerme esquemas: el compromiso entendido como una obligación psicológica que tú te pones. Me fui dando cuenta de que el verdadero compromiso es contigo mismo: con la Vida. Y a partir de ahí se concreta todo lo demás y si se han de cambiar cosas, pues se cambia y no pasa nada. Me costó muchísimo, porque me había ordenado sacerdote. Con la cuestión del celibato, me sentí estafado, porque me habían relacionado el celibato con la radicalidad respecto a Dios y fui percibiéndolo bajo una perspectiva diferente; otra cosa es la armonía, la libertad, la relación interpersonal, pero todo eso uno lo va aprendiendo; no nace enseñado y la sexualidad es un aprendizaje, pero yo la había vivido como una castración en aras de vivir a Dios. Me sentí engañado a los 35 años.
Luego viene Tony de Mello y eso fue el gran descubrimiento. Estuve con él dos meses en la India y sentí un gran respiro. Todo lo que yo intuía, pero que no tenía a nadie para compartirlo, pude hacerlo con este hombre que lo entendía todo, y no sólo lo entendía, sino que lo vivía en un entorno de curas y monjas. Allí todo se hablaba, todo se compartía y… ¡Uff, qué oxigenación! Entonces yo vuelvo de allí con una gran convicción: “¡Ya no me vuelven a hacer comulgar con ruedas de molino!” Llego aquí y me encuentro de nuevo con la Iglesia jerárquica y descubro que ya no me interesa, que esa Iglesia no me transmite libertad.
Estuve diez años de párroco en un pueblecito rural y en la misma parroquia fue creándose una especie de “ashram”. Celebraba mis misas, estudié psicología, pero como me sentía desajustado en cuanto a mi vinculación con el mundo clerical con el que me tocaba convivir, sufrí interiormente mucho, hasta que al final tuve el convencimiento interior que esa etapa se había acabado y me fui.
Estos procesos nunca son lineales. Hay rupturas.
Hay momentos que suponen saltos, por dentro y por fuera, pero cada persona es única. Ciertamente hay saltos interiores de despertar y circunstancias exteriores que te dan una sacudida, que te ponen en una tesitura de tomar una decisión, de moverte. No es fácil, es un camino doloroso.
Lo que te mantiene en tu proceso ¿Son las experiencias vividas o es el convencimiento?
Yo soy un dubitativo permanente. Para mí el criterio siempre ha sido situarme en el silencio: “No soy nada, no puedo nada; guíame”. Luego se trata de estar atento y vas viviendo: es un fluir; ahora intuyes una cosa, después observas otra…Hay una imagen que a mí me ayuda mucho. Es el embarazo. Fíjate: la mujer embarazada sabe que la vida le ha cambiado, ya no es sólo ella, está gestando algo y ya querría verle la cara, pero ha de esperar el momento adecuado. Ha de esperar el kairós, el momento adecuado. Si quieres ver la cara de la criatura antes de tiempo la vas a matar; va a nacer muerta. Si te esperas más tiempo del necesario también te va a nacer muerta o te va a matar a ti; la criatura ha de nacer cuando toca. A mí me ayuda esta imagen, porque soy un impaciente; cuando veo una cosa en mi cabeza quiero realizarla enseguida; pero no, me digo a mi mismo: “gesta, gesta; estate embarazado”, espera el momento, porque algo -el Ser, Dios, dilo como quieras- tiene mucha más perspectiva que tú del cuándo y el cómo. Tú intuyes lo que va a pasar, pero deja que vaya fluyendo. Para mí eso ha sido un ejercicio muy duro, aprender a decirme constantemente: “Ahora no toca, ahora no toca”. Sabes que llegará, pero en ese momento aún no toca.
Yo estuve 10 años de párroco rural. Y me decía: “En realidad yo no soy párroco rural, ¿qué hago yo aquí?” Y me respondía: ”Ahora toca estar aquí: estudia psicología, haz grupos”. Me fue fantástico porque pude trabajar mucho con la gente como psicólogo, y disfruté muchísimo. Viví como una experiencia de ashram, al suscitar un espacio de Presencia espiritual y de acogida, así que fue una experiencia muy rica. También participaba del mundo clerical, pero ahí me marchitaba, me ahogaba en normas y reglamentos que favorecen la hipocresía.
Por ejemplo, el prohibir que se bautice o se case a personas que no “están regularizadas”. La cuestión de quién puede ser bautizado o casado o admitido a los sacramentos, creo que llega incluso a un punto de crueldad. Tony de Mello lo decía: ¿queréis saber cuál es el gran carisma de la gente religiosa? -y lo decía así con una cara aparentemente ingenua- ¿sabéis cuál? La crueldad, porque en nombre de Dios se mata la vida… Con toda tranquilidad, matas al Cristo… porque ¡como tienes bien claros los principios! Desde que me doy cuenta de esto, me digo: no juzgar a nadie…

¿Qué recursos pones para alimentar todo esto?
Intentar ser fiel al presente, pero del todo, no sólo desde la cabeza. Estar, en la medida de lo posible, todo yo ahora. Si estoy contigo ahora no voy a estar pensando qué haré esta tarde. Trabajar, pues, esa capacidad para estar en el ahora. Para mí la meditación me ayuda, pero también me ayuda el hecho de estar, de conectar con lo concreto, porque si no, me voy enseguida a la mente, porque soy más teórico que práctico. Me encanta leer, la fantasía, las películas, todo lo que me puede hacer volar… entonces el concretar, el estar, el ser, me ayuda. Más que eso no te sé decir…
Tú tienes experiencia de trasladar una especie de metodología, una manera de hacer surgir esta experiencia a través de las dos vertientes (cristiana y oriental). ¿Qué elementos pones en juego para transmitir esto?
Fíjate, por eso he empezado por la anécdota, porque la Realidad está en tu interior. Y aquí vinculo lo que es cristiano con lo oriental. Tú puedes utilizar un lenguaje cristiano, invocar a Jesús, pero siempre como en un proceso hacia dentro; no psicológicamente hacia afuera, como un tú. Es un Jesús vivido como desde su Espíritu, que, en definitiva es el fondo de ti mismo. Es conectar tu “Yo Soy” con el “Yo Soy” de Jesús, que es un único “Yo Soy”: El Ser, el Padre, el Vacío, el Más Allá. Entonces, claro, en el fondo el lenguaje puede ser cristiano, pero el paso vital es un salto hacia un vacío, más allá de tu pequeño yo, y eso tiene resonancias muy orientales. Recordemos que Jesús dice: “¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?” Es una invitación a asumir la muerte del ego: “hemos muerto al hombre viejo – dice S. Pablo- para resucitar”. Yo entiendo que cuando habla así se está refiriendo a esto; está hablando de ir más allá de tu yo pequeño.
El problema es que todo este lenguaje cristiano no lo hemos sabido leer desde la perspectiva adváitica -no dual- porque siempre hemos partido de la base de que Jesús es como una especie de “marciano”, que viene de afuera: el Hijo de Dios que es Dios encarnado, pero que después cuando resucita se va de nuevo de este mundo, y eso constituye una historia admirable, pero tan exclusiva que no tiene nada que ver con la nuestra propia. A mi juicio, esa perspectiva es menoscabar, disminuir, el mensaje de Jesús: “…Cosas más grandes de las que yo he hecho, haréis vosotros”. Se ha hecho una lectura muy alejada, porque Jesús mismo nos dice que somos hijos de Dios y que todo lo que Él vive también lo hemos de vivir nosotros.
¿Crees que el contacto con oriente hace entender a occidente?
Eso es claro. Mi versión sobre ello es que el mapa del mensaje cristiano es muy tributario del lenguaje judío. El judaísmo era mucho menos evolucionado en cuanto a su lenguaje que las filosofías orientales, porque era un lenguaje muy poco abstracto, era muy concreto. Y la concreción en este sentido es muy peligrosa, porque pretendes expresar en imágenes concretas la revelación: “pueblo elegido”, “tierra prometida…” y eso es muy peligroso, si se interpreta en sentido literal y te hace sentir superior a los demás pueblos. También creo que pasa un poco con el Islam; si no se vigila, se acaba absolutizando la palabra. Es dedo que señala la luna, que conduce a ella, pero no es la luna. Por eso Tony de Mello decía: “ la Biblia, la habéis de leer como si detrás de un página escrita, hubiera un página en blanco: o leéis las dos páginas simultáneamente u os estáis equivocando.”
Yo me doy cuenta de que en Oriente el lenguaje es más abstracto que el judío. Es más cercano a la metafísica. A veces se pierden ahí, y por eso el budismo nace como reacción a un exceso de lenguaje abstracto, metafísico, y también ritual, del hinduismo. El lenguaje oriental te apunta, creo yo, mucho más directo a la experiencia, porque te habla de despertar. Occidente está muy marcado por el espacio y el tiempo: te sitúa la salvación después de esta vida. La afirmación de la razón como si fuera la dimensión superior de la persona, nos ha llevado a unos avances científicos fantásticos, pero supone una reducción de la realidad humana tremenda, que ha tenido consecuencias graves en la historia de la humanidad.

¿Cómo verías tú la educación de la interioridad?, ¿qué elementos te parecen fundamentales?
La pedagoga Montesori ya intuyó a principios del s. XX la importancia de la corporeidad, de la expresión, para ir conectando con lo interior. En el fondo, es una conexión con el presente. A los adultos se nos escapa, porque hemos desarrollado tanto la razón que acabamos identificados con su funcionamiento de una manera permanente. La paradoja es que para llevar a la persona más allá de su propio yo pequeño, de su propia individualidad, el camino se haga a través del cuerpo, que es lo más denso.
Sin embargo, es el modo de desviar la atención de la razón, del mundo emocional, de lo psíquico, que es con lo que todo el día estamos identificados y que es lo que nos gobierna, ya que a través de lo psíquico castigamos, en vez de escucharlo, a nuestro cuerpo: le damos más alimento del que necesita, le ponemos retos excesivos… es como si el psiquismo gobernara toda nuestra historia. La dimensión corporal no la respetamos y tampoco tenemos en cuenta la dimensión espiritual, que es la otra. A veces para empezar a centrarnos hemos de acudir al cuerpo, ¿por qué?, porque el cuerpo está en el presente; te obliga a estar en el presente, y a partir de ahí conectamos con la respiración, y vamos hacia la zona del yo. En ese punto, ya te sitúas más allá de tu propio yo psíquico y empiezas a abrirte a algo que está ahí siempre, de lo que ya tenías una cierta consciencia, tan espontánea que necesitamos estar atentos para darnos cuenta de ella.
Ramana Maharshi decía que somos como una pantalla en la que se proyecta una película. Estamos tan identificados con la película, que no nos damos cuenta de que somos la pantalla: la pantalla es el Ser. No es que hayas de hacer venir nada nuevo; simplemente quitar, descubrir lo que lo cubre y darte cuenta “¡Ah! ¡He tenido siempre este tesoro debajo de la cama, he dado la vuelta al mundo para encontrarlo y lo tenía en mí mismo!”. ¡Y qué sencillo es todo y cómo nos complicamos toda la vida y cómo nos creemos que hemos de descubrir nada! De lo único que nos hemos de preocupar es de respirar, “respirar en el presente; ahora estoy aquí; esta es toda la vida que tengo”. En la medida en que vives eso, fluyes. Si nos cuesta vivirlo es porque no estamos en el presente.
¿Qué autores advaita has leído?
Ramana Maharshi, básicamente, y Ekhart Tolle, como autor moderno. La escuela de los modernos maestros “advaitines” la miro con ciertas reservas, aunque hay gente muy seria, como Consuelo Martín o un amigo al que admiro mucho, José Díez Faixat.
En cambio, hay una corriente advaita moderna que no tiene en cuenta a quien se transmite. Por ejemplo, Ramesh Balsekar, que era un hombre despierto, pero que se expresaba en términos como “todo está hecho”, con la consecuencia lógica, para el lector espontáneo, de que no hace falta que ponga nada de su parte. El resultado es que se solapan los planos de una manera peligrosa y muchos seguidores de esta corriente se lo han creído, con consecuencias negativas en sus vidas concretas y por eso lo contemplo con un cierto recelo. Se puede estar despierto, tener la conciencia como fuera del tiempo, y decir: “más allá del tiempo todo está hecho”. Eso, que es cierto, vigila a quién y cómo se lo dices, porque quien te oye se mueve dentro de la categoría temporal. Si el mensaje es “todo está ya hecho y lo que sucede no es más que la manifestación del Todo, y lo que hace falta no es más que aceptarlo”, la conclusión es “si mi vida está decidida, ¿para qué voy a mover un dedo?” Eso lleva a una pasividad.
Es algo parecido a cuando se acude a la voluntad de Dios. Esa mentalidad tan arraigada en ciertos ambientes cristianos… Yo mismo acudía a ella para interpretar lo que pasaba, hasta que me di cuenta de que la voluntad de Dios no hay que mirarla como si se situase afuera, porque la voluntad de Dios pasa también por mí. ¡Cuidado! ¡mi inconsciente genera realidad! Puedo decir, lamentándome: “mira lo que me ha pasado!” Sí, pero tú estabas atrayendo estas circunstancias. El Ser está dentro. Este cambio de enfoque me parece importante. Yo genero realidad. En Oriente dirían que estoy generando “karma”. Cuál es el secreto para que ese “karma” no me sea perjudicial? la indiferencia espiritual: me planteo hacer algo, estoy abierto a una posibilidad y a la otra, ¿qué hago? puedo hacer esto o lo otro. Pido ayuda, escucho a mi interior, escucho también al exterior -circunstancias exteriores, personas, etc.- y entonces tomo decisiones. Así vas caminando…

Claro, esto es muy importante, porque la indagación o la pregunta ¿a quién le pasa esto? te puede llevar a profundizar hasta lo más profundo, o puede hacer que te quedes en la superficialidad.
Claro, claro. En el libro del P. Estanislau hay un esquema que a mí me ha ayudado mucho. Es lo que llamamos “la curva del silencio”: primero te desidentificas de tu cuerpo, después te desidentificas de tu psiquismo. Es la experiencia de despertar de Ramana, cuando -a los 17 años- escenificó su propia muerte: “Dejo que mi cuerpo y mi psiquismo se muera, y también mi yo individual; voy más allá ¿qué hay? El gran silencio… ¡Oh, soy todo!”. Es la misma experiencia de Echart Tolle… Pero esta curva, después del proceso de desidentificación, acaba en la encarnación, en la concreción, pero ya despierto. Te ha cambiado la visión, ya que te has despertado a tu identidad última y más real, y en el proceso de encarnación asumes tu yo individual que tiene un nombre propio, asumes tu psicología con todas sus deficiencias, asumes tu cuerpo con todo su proceso de decaimiento presente o futuro, asumes tu historia personal, entras en el tiempo y, entonces, vives simultáneamente las dos dimensiones: la eternidad y el tiempo.
En el lenguaje se ha de jugar permanentemente con esta paradoja, porque somos eternidad, pero también somos tiempo. Una cosa es verdad en el nivel en que es verdad y otra cosa es verdad en el nivel en que es verdad; para reforzar una no niegues la otra, porque vas a forzar los límites, y va acarrear confusión y cierto desquicie de la persona. Los nuevos advaitines, sin quererlo, pueden confundir a la gente. Ellos hablan de su despertar, de que todo está hecho y es verdad… pero hay que vigilar, ya que depende a quién se lo digas puede interpretarlo mal.
Este es el punto de crítica que se hace a este movimiento advaita.
…Y tienen razón. Pero, por otro lado, si sólo se destaca la individualidad y la historia individual, se pierde la dimensión de conexión que existe en toda la realidad y se cae en una visión muy reducida de ésta. Y eso lleva a desastres: nos estamos cargando el planeta por esa visión corta de la realidad. Así que, o trascendemos el lenguaje desde la vivencia, o el lenguaje siempre se nos va a quedar muy corto. Yo fácilmente me extiendo hablando, pero me doy cuenta que de lo que de verdad ayuda a la gente a que me entiendan es el callar con ellos. Y cuando hacemos encuentros con grupos, el proceso es de callar y hablar, callar y hablar. Porque si sólo hablamos nos equivocamos del todo, ya que activamos la mente y nos quedamos ahí: ¡nos encanta que nos den discursos y que alimenten a nuestro ser mental!
El silencio es la gran experiencia, ¿no?
Claro, es la base, ¿por qué voy a la India un mes o más, al año? Es porque veo que es lo que de verdad me da la consistencia. Si sólo vas a hablar o a dar discursos ¿qué das? El discurso ayuda, pero lo que de verdad convence es la energía desde dónde sale el discurso. Actualmente, cada vez reduzco más mis lecturas a aquellas que constato que brotan del Yo. Todo lo demás noto que, en general, no me alimenta. ¿Qué es lo importante, tal como dice Tolle en el Poder del Ahora?…”Ante cualquier cosa, párate y respira”, o la página en blanco que decía Tony de Mello. Todo lo demás es alimentar a la mente, alimentar la duda, el problema.
La distinción entre misterio y problema de Gabriel Marcel, me ayuda mucho. Problema es cuando tú objetivas algo: cuando te planteas a Dios como problema, lo objetivas, lo sitúas como externo a ti; hay un interrogante, tú lo tienes fuera, entonces miras cómo resuelves el interrogante: con qué proceso, con qué método, etc. Plantearnos lo mismo como misterio es otro enfoque: para explicarlo, nos es útil el cuento oriental de la muñeca de sal, que desea conocer al océano, y sólo lo va a descubrir si se sumerge, si se pierde en el mismo océano. El misterio no es lo que no se puede entender, es lo que no se puede comprender sólo si pretendes hacerlo desde la mente, pero que lo puedes comprender globalmente si te pierdes en él. Te has de perder; has de pagar ese precio. Es el misterio sólo del iniciado, el que se arriesga a perderse. Esa imagen me gusta mucho.
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