La sombra inconsciente

Vivir identificados con un “yo” que sólo refleja una pequeña parte de lo que realmente somos, nos impide acceder a todo el gran potencial que cada uno de nosotros llevamos dentro, y por tanto desarrollarnos de una manera más completa.

Desde el mismo momento en que nace, el niño “sabe”, aunque por supuesto no desde el razonamiento mental, que su supervivencia en este mundo depende de otras personas, que en la primera infancia suelen ser sus padres. Y a medida que va creciendo, percibe que determinadas conductas o actitudes son reforzadas por ellos, mientras que otras le son rechazadas. Como su interés primordial es sobrevivir, para no perder ese apoyo vital debe potenciar aquellos aspectos de su personalidad que le son acogidos favorablemente, exagerándolos incluso, y debe también negar, debe desconectarse de aquellos otros que fuera le son reprobados.

De esta forma, el niño va forjando su “yo”, su personalidad, adaptándose al ambiente tal como el propio ambiente le demanda, y simultáneamente va forjando su sombra, relegando a los dominios del inconsciente toda aquella parte de su ser que colisiona con su gran objetivo: ser aceptado y no perder la confianza y atención de las personas que conforman su primer núcleo, o sea, la familia. Detrás de esa adaptación hay por tanto una gran dosis de angustia, el miedo a desaparecer.

Este proceso ocurre a una edad muy temprana. Se dice que la personalidad comienza a construirse en torno a los dos años de edad, y que a los cinco ya tiene una cierta consistencia, aunque aún sea bastante simple y primaria. Y sobre esos cimientos, la persona construye el edificio de lo que acabará siendo su “yo” adulto, la pequeña parte de su ser con la que se identifica.

Este “yo” adulto se ha ido formando tras evolucionar con los años, acumulando experiencias, conocimientos, habilidades; ganando en complejidad y riqueza y dotándose de una específica y singular visión de sí mismo, de los demás y del mundo en general; pero lo ha hecho sobre la base del “yo” infantil, sin haber prácticamente incorporado o integrado cualidades y potencialidades de su sombra inconsciente. Hay excepciones, por supuesto, pero ésta es la tónica general.

Vivir identificados con un “yo” que sólo refleja una pequeña parte de lo que realmente somos nos impide acceder a todo el gran potencial que cada uno de nosotros llevamos dentro, y por tanto desarrollarnos de una manera más completa; pero no entrañaría mayor problema si no fuera porque todo el material recluido en nuestro inconsciente en forma de energías reprimidas, se nos cuela constantemente y condiciona nuestros esquemas y comportamientos.

Si nos detenemos a hacer un breve ejercicio de introspección, podremos darnos cuenta de que nuestra forma de movernos por la vida y afrontar las situaciones que nos trae, reproduce inercias y automatismos que venimos repitiendo desde que éramos niños. Si por ejemplo nuestros padres nos gritaban a menudo y no reconocían nuestros esfuerzos por hacer las cosas como nos pedían, podremos observar cómo cada vez que alguien nos grita o no nos valora, se nos activan los mismos estados emocionales que surgían entonces; unos los vivirán como rabia, otros como rechazo, otros como angustia, otros como acicate para hacer las cosas mejor, otros buscando ansiosamente ser aceptados, en otros aparecerá la víctima, etc. Cada cuál reproduciendo su experiencia infantil.

 

Contenido de la sombra inconsciente

Tal como se ha expuesto, la sombra inconsciente abarca toda aquella parte de nosotros que no nos aceptamos. Pero, aunque ésta sea una definición mayoritariamente aceptada, es demasiado vaga y abstracta, sobre todo porque al no reconocer nuestra sombra no sabemos en realidad de qué estamos hablando. Así que voy a tratar de afinar un poco más.

Cuando se habla de la sombra inconsciente, se suele hacer referencia sobre todo a la sombra negativa, es decir, al conjunto de impulsos, emociones, temores, sentimientos, experiencias, fantasías, etc., que nos vimos obligados a reprimir en su momento, pero que se han mantenido latentes y a menudo aparecen sin que podamos evitarlo, interfiriendo nuestro mundo consciente.

También se reconoce la existencia de una sombra positiva, que contiene aptitudes, talentos, potencialidades de crecimiento interior que la persona se vio obligada a negar en su proceso de adaptación al entorno.

Pero la separación entre sombra positiva y negativa no deja de ser algo irreal. Por un lado, cada cultura, cada entorno, cada familia, tiene una visión particular de lo que son cualidades positivas o negativas, y por otro, todas las energías recluidas en la sombra inconsciente forman parte del potencial de desarrollo que cada persona trae al mundo. Lo que ocurre es que la represión a que se ven sometidas provoca que muchas veces aparezcan distorsionadas. Por ejemplo, la agresividad está generalmente considerada como cualidad tabú, negativa, pero no deja de ser una desviación de la fuerza interior reprimida; es fruto de la debilidad, de la impotencia; sin embargo, la persona que ha sido capaz de reconocer e integrar esa fuerza interna, no es agresiva sino que actúa desde el dominio de la situación.

 

Cómo se trabaja la sombra inconsciente

En cierta ocasión le preguntaron a Jung si con su trabajo interior aspiraba a convertirse en una buena persona, y él contestó: “Para nada busco ser una buena persona, sino un ser completo”. Alcanzar el ser completo comienza, según el propio Jung, por la integración de la sombra inconsciente, es decir, un arduo y duro trabajo interior, para el que se requiere grandes dosis de observación consciente, humildad, apertura y amor. Amor entendido como aceptación, porque amarse a uno mismo es simplemente aceptarse, abrirse a reconocer como propio todo lo que emerge en nuestro interior, sea lo que sea, sin caer en juegos de justificación o proyección en los demás.

No es fácil, porque reconocer y aceptar todo lo que se manifiesta dentro choca con la imagen que cada uno tenemos de nosotros mismos, poniendo en peligro nuestra maltrecha autoestima. Pero es el único camino. Si por ejemplo acabo comprendiendo que la actitud egoista que critico en los demás está en mi y por eso me altera cuando la percibo fuera, estaré dando un gran paso para su integración; pero si continúo cayendo una y otra vez en el automatismo de proyectarla en otros y negarla en mi, perpetuaré su existencia y expresión.

 

El trabajo con la sombra inconsciente se compone de tres fases:

Conocer:

Mediante un ejercicio continuado de mirada interna, de atención plena en palabras de Buda, podemos observar pensamientos, emociones, bloqueos o interferencias en nuestra conducta, que nos producen un cierto desagrado, una cierta desestabilización y que tendemos a rechazar mediante justificaciones o proyecciones en otras personas. Un ejemplo: si alguien realiza una acción reprobable, una persona puede reaccionar haciendo una crítica objetiva, sin carga emocional, mientras que otra lo hace con ira, rabia o rechazo; la acción es la misma para ambas, pero la reacción de ésta última delata que lo que critica fuera lo lleva dentro, no se lo reconoce y lo proyecta emocionalmente en la persona autora de esa acción.

Es duro aceptar que toda crítica que hacemos de alguien, siempre que vaya acompañada de carga emocional, es algo que está en nosotros y no nos aceptamos. Y que contra más intensa es la activación emocional que despierta en nosotros, mayor es su potencia dentro. Pero es la realidad. Es una figura a la que Freud definió como proyección, uno de los dos más importantes mecanismos de defensa, el otro es la represión, que utilizamos los seres humanos para salvaguardar nuestra identidad.

Aceptar:

Por tanto, uno de los principales cometidos de la mente egoica es “proteger” de cualquier ataque a la de por sí endeble auto-estima. Por esta razón tendemos siempre a justificar constantemente cualquier conducta nuestra susceptible de crítica, a proyectar fuera, a estar muy sensibilizados con las culpas ajenas.

En este contexto, la mirada interna sincera y objetiva más allá de juicios de valor, aceptando con actitud compasiva como seguía diciendo Buda, todo lo que se manifiesta en nosotros, cuenta con fuertes resistencias de nuestra mente.

Pero Aceptar significa erradicar de una vez por todas las manipulaciones y proyecciones que tan hábilmente ha venido utilizando la mente desde siempre y atreverse a mirar a los ojos a las energías que emergen de nuestra sombra, entendiendo que sus embates no son dañinos sino sólo su expresión natural después de años de represión y que al darles cauce les permitimos que se liberen y a nosotros liberarnos de sus perjudiciales efectos.

Integrar:

El proceso de conocimiento y aceptación implica una reestructuración de nuestros esquemas mentales, obligados a incorporar la “nueva visión” que la liberación de energías inconscientes conlleva. El ego debe asimilar que las pautas de valoración de determinadas situaciones han cambiado radicalmente, lo que no es fácil porque tambalea los cimientos de nuestra auto-imagen y puede afectar a la auto-estima.

Es necesaria por tanto una tercera fase de trabajo con la sombra para integrar los cambios habidos, no sólo con el objetivo de ayudar a superar su colisión frontal con nuestra auto-imagen, sino también y sobre todo, para enriquecerla y ampliarla, en ese camino evolutivo hacia el ser completo del que hablaba Jung.