Por Agustuín Tanoira

Gracias a las neurociencias sabemos que es posible entrenar las emociones. En su último libro, la filósofa española Elsa Punset hace hincapié en cómo reconocerlas, catalogarlas y administrarlas.

Porque las emociones nos atraviesan desde los primeros años de vida y nos definen como personas, la educación emocional es el tema cardinal en los libros de la filósofa española Elsa Punset. En el último de su bibliografía, “Brújula para navegantes emocionales, Los secretos de nuestras emociones”, vuelve sobre el tema para recorrer las distintas etapas de maduración emocional y social de las personas, y enseñar a navegar con inteligencia – ¡y sin naufragios!– los cauces imprevisibles de nuestra vida.

Habitamos en un mundo vertiginoso que nos abruma con tentaciones, infinidad de alternativas, y en el que constantemente estamos obligados a decidir quiénes somos sin tener referentes claros. Esta libertad, asegura Punset, requiere de una brújula porque estamos desorientados. A lo largo de la historia, se hicieron esfuerzos desmesurados por mantener a las emociones dominadas y encerradas en sistemas de vida represivos, y debemos encontrar el camino para encausarlas. “Estamos en un momento apasionante –augura la autora–. La neurociencia nos está mostrando hasta qué punto no es posible separar razón y emoción. Tenemos un cerebro emocional que necesita que lo cuidemos… ¡Y que lo entrenemos! Sí, es posible entrenar cualidades, como la concentración, la compasión, la alegría, la creatividad, del mismo modo que entrenamos nuestro cuerpo”. Y agrega: “Empezamos a comprender que lo mental y lo físico están interconectados. Hoy nos estamos tomando en serio la salud mental de las personas, y la tendencia es intentar crear entornos y formas de vida respetuosas con nuestras mentes, tan vulnerables, complejas y emocionales”.

Comprendiendo emociones

Punset, que estudió Filosofía en Magdalen College, en la Universidad de Oxford, entiende que nunca es tarde para cambiar. Si de verdad ansiamos una vida plena y feliz, esta es una decisión que hay que tomar ineludiblemente. “Carl Rogers, conocido popularmente como el padre de la psicología humanista, decía que para transformar cualquier cosa –una idea o una emoción– tenemos que comprender. Mi vocación como escritora está basada en esta necesidad de compartir con los lectores aquello que a mí me ha ayudado a entender y transformar mi vida”, responde Punset.

Para hacerlo, a lo largo del libro recorre las distintas etapas de la vida, desde “la construcción del nido”, en el que inciden los ladrillos emocionales del hogar, las emociones heredadas y la autenticidad de las relaciones humanas; siguiendo por “la llegada de los hijos”, en la que es clave aprender a convivir con los distintos temperamentos; “el camino a la madurez”, donde el secreto es conectar a los adolescentes con el mundo actual; hasta concluir en “el adulto libre”, que es cuando propone “desaprender” todos aquellos condicionamientos adquiridos que nos impiden tener una vida plena.

Entre sus sugerencias para comprender, ella diferencia las “emociones choque” de las de “contemplación”, una clasificación que toma del profesor francés M. Lacroix. Y explica que las primeras producen emociones efímeras y dopantes, que matan la sensibilidad y son muy comunes hoy en día. Para entender mejor: son las que se generan en las discotecas, en los videojuegos, en los reality shows. Elsa invita a reflexionar: “Un adolescente que mira la televisión una media de tres horas al día habrá visto cuarenta mil asesinatos y tres mil agresiones sexuales. Como no es capaz de asimilar tanta agresividad, desconecta y se torna más pasivo, con lo cual disminuye su capacidad de empatía por la realidad que lo rodea”.

Las emociones de “contemplación”, en cambio, requieren de una interacción activa y personal entre el estímulo y quien lo recibe, y se generan cuando escuchamos un concierto, cuando meditamos o cuando estamos en contacto con la naturaleza, por poner algunos ejemplos. A diferencia de las anteriores, estas son la base de la auténtica educación emocional. En un mundo que nos satura de imágenes e información, el verdadero desafío es desarrollar este codiciado tipo de emociones y fomentar lo mismo en los más jóvenes. ¿Cómo? “Cuando son pequeños, los niños necesitan tiempo para jugar y para soñar –explica Elsa Punset, quien además dirige el Laboratorio de Aprendizaje Social y Emocional de la Universidad Camilo José Cela, desde donde impulsa talleres y proyectos relacionados con la inteligencia emocional para adultos y niños–. Cuando son adolescentes, deben poder tender un puente con el exterior y buscar su lugar en el mundo. Esto implica asumir responsabilidades”.

Punset cita ejemplos que van desde ayudar en las tareas de la casa hasta el voluntariado, para poder encontrar y desarrollar (con esfuerzo) aquello que los hace especiales. “¡Todo es tan entretenido y rápido en nuestra sociedad! . Es lógico que haya una tendencia a evitar el esfuerzo y la concentración. Pero estos son imprescindibles para lograr metas, para crear y construir”, afirma Punset.

Inteligencia emocional

Los padres se enfrentan sin duda al reto de ayudar a sus hijos a divertirse y aprender en la sociedad de la distracción y del entretenimiento. “Necesitamos seguir ampliando nuestra capacidad de relacionarnos, de empatizar, de comunicarnos, de colaborar, de ser creativos. De lo contrario, no solucionaremos los problemas de soledad y depresión que nos acechan”, esgrime Punset. En esto no sirven ni el autoritarismo ni la excesiva permisividad. “Cuando somos autoritarios con alguien, desautorizamos a esa persona –explica la autora–. Le estamos diciendo: tus emociones no son tan válidas como las mías. Así, es difícil que esa persona pueda valorarse positivamente. Cuando somos permisivos, en cambio, lo aceptamos todo, pero no dotamos al niño de los recursos que le permitan desarrollar su resistencia frente al esfuerzo, a la frustración, a los límites”. ¿Qué hacer entonces? Punset toma un concepto del psicólogo John Gottman, catedrático de Psicología de la Universidad de Washington e invita a ser “padres emocionalmente inteligentes”, esto es, a ser conscientes de la importancia de las emociones en la vida de nuestros hijos, de ayudarlos a familiarizarse con ellas, de ponerles nombre, ¡de gestionarlas! “Es decir, filtrarlas, potenciarlas o calmarlas –explica la autora–. No hay emociones buenas ni malas, solo hay emociones útiles o perjudiciales, que podemos aprender a gestionar”.

El autocontrol es la clave

¿Pero a qué llamamos felicidad? Para Punset se trata de la sensación de plenitud, de bienestar y de satisfacción que sentimos –a ratos– durante el ejercicio de una vida vivida a conciencia, con pasión y con sentido. “Esto, a medida que superamos la supervivencia física y que vivimos vidas más largas, es una demanda individual que va cobrando mayor relevancia, aunque nos falta práctica para saber cómo educar a las personas para que puedan vivir así”, explica?Punset.

El gran secreto es el autoncontrol. Sí, sí, hay infinidad de estudios que evidencian que ahí radica el secreto para una vida verdaderamente plena y exitosa. “Las personas con capacidad de autoncontrolarse podrán gestionar sus emociones, serán mejores estudiantes, manejarán mejor sus impulsos, serán capaces de seguir una dieta, no beberán de forma excesiva, podrán ahorrar, tendrán menos posibilidades de sufrir enfermedades mentales, gozarán de una mayor autoestima y mantendrán relaciones personales más estables”, asegura la autora.

El objetivo es adquirir destrezas que no son innatas. “Las emociones tienen una lógica”, escribe Punset en lo que es la introducción de su libro. Reconocerlas, comprenderlas y, obviamente, gestionarlas es clave para aprender a convivir con ellas.

Y lo que es mejor, las neurociencias nos revelan que nunca es tarde para hacerlo. Que el cerebro tiene la capacidad de modificarse a sí mismo constantemente y que podemos aprender y desaprender hasta el último día de nuestras vidas.

Educar para una nueva era

“Cuando educamos en las escuelas y en casa, volcamos mucho tiempo y recursos en esos primeros años de la vida. ¿Lo aprovechamos bien? Creo que no. En vez de educar solo habilidades matemáticas y lingüísticas, que eran necesarias en un mundo muy diferente, a principios del siglo XX, deberíamos instruir a la persona entera, cuerpo y mente (que incluye sus emociones), y prepararla para vivir en un mundo globalizado donde importa más que nunca la diversidad, la adaptabilidad, la capacidad de comunicarse, la creatividad, las habilidades para colaborar y el pensamiento crítico, para poder tomar buenas decisiones (porque nunca hemos tenido los humanos la capacidad de hacer tanto bien y tanto mal). Por eso, de lo que se trata es de aprender a gestionar las emociones. Aunque sea de forma vacilante, ahí está la clave”, escribe Punset.

De raíz

Punset es consciente de que ayudar a las personas, desde la infancia, a comprender y gestionar sus emociones ¡es una gran llave de libertad!

Enseñamos a los niños a escribir, a vestirse, a portarse bien, pero nada les decimos acerca de lo que sienten. Por eso, a través de Alexia, Tasi y su perro Rocky, protagonistas de Los atrevidos en busca del tesoro y Los atrevidos dan el gran salto, ayuda a niños, a padres y a educadores a trabajar en el discernimiento y manejo de las emociones básicas, como el miedo, la tristeza, la sorpresa, el asco, la ira y la alegría.

Cada emoción se explica a través de un relato al final del cual hay una guía de lectura que, en seis páginas, trata el tema objeto del cuento. ¿Cuándo empezar a enseñar a nuestros hijos a entender sus emociones? “Cuanto antes lo hagamos de forma consciente, mejor”, asegura Punset.

Fuente: http://www.revistanueva.com

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