Por David Emiliano Azón Ínigo.
Psicólogo General Sanitario. Experto en Mindfulness. Imparte sesiones de Minfulness y Yoga en el centro de Yoga y Yogaterapia del Actur.
Durante las últimas semanas estamos viviendo un sinfín de noticias que han modificado repentinamente nuestra rutina diaria. Así que, ya sea por obligación ahora, o antes por decisión propia, nos vemos abocados a permanecer un mes en casa por el momento, cambiando de esta manera la rutina diaria que cada uno de nosotros nos hemos ido construyendo.
Desde la mayoría de medios digitales que utilizamos para informarnos, así como desde nuestros grupos de amigos, se nos ofrece una gran variedad de propuestas culturales online y planes caseros para “sobrevivir” al goteo incesante del reloj de arena, lejos del mundo exterior. Su objetivo es favorecer la conciencia cívica individual de cada persona en aras de un beneficio a nivel social mayor, que reduzca las posibilidades de contagio, ayudándonos a sobrellevar de la mejor manera posible este confinamiento súbito en casa.
Aunque sin ánimo de crítica hacia estas iniciativas, más allá de las estrategias de marketing diseñadas por las empresas para seguir enganchando a todo ese público consumista que ahora se tiene quedar en casa, me gustaría hacer una reflexión sobre una cuestión que de forma transversal se encuentra implícita a nivel social e individual en esta sociedad occidental: La aversión y evitación del aburrimiento y la dificultad para detener la acción.
“Cuando uno se halla habituado a una dulce monotonía, ya nunca, ni por una sola vez, apetece ningún género de distracciones, con el fin de no llegar a descubrir que se aburre todos los días”
Germaine de Staël
En las últimas décadas hemos vivido un cambio social y tecnológico sin precedentes históricos equiparables, que ha modificado nuestras costumbres y ha creado o fomentado diferentes necesidades intrínsecas humanas. Entre ellas, la huida constante del aburrimiento. Se puede observar en casi todos los estamentos de la sociedad, y específicamente durante la infancia, cómo el día a día se planifica para que no haya momentos sin nada que hacer. En el caso del niño: Escuela, películas de dibujos, aplicaciones infantiles en tablets, actividades extraescolares…

En el caso del adulto: Trabajo, películas y series, planes con amigos, actividades varias, Instagram, Whatsapp… Mención aparte merecen estas dos últimas actividades, ya que han introducido la posibilidad de interaccionar con el grupo de iguales aun sin estar en el mismo lugar, lo cual ha limitado aún más aquellos espacios de soledad en los que antes no había nada qué hacer, proporcionándonos la posibilidad de disponer de tiempo para estar con nosotros mismos.
Vivimos en una realidad llena de estimulación, que unido a la necesidad de que el resultado sea inmediato, nos hacen vivir en una vorágine de actividades diversas.
. Desde la Real Academia Española De La Lengua (RAE) se define el aburrimiento como:
“Cansancio del ánimo originado por falta de estímulo o distracción, o por molestia reiterada”.
Basándome en esta definición y en mi propia opinión, el aburrimiento se origina a causa de la dependencia del medio externo para divertirse, distraerse o estimularse. Y en consecuencia, por el sesgo atencional que se focaliza hacia fuera, impidiendo que el mundo interno de cada uno sobrepase el umbral de la conciencia y que cuando lo haga se rechace o se evite.
Como se ha estudiado desde diferentes perspectivas psicológicas, el aburrimiento crónico nunca es un buen indicador del estado psicológico de la persona y puede denotar síntomas depresivos como la anhedonia o la apatía. Pero, no es un estado emocional negativo, sino que es necesario entre otras cosas para desarrollar una tolerancia a la frustración adecuada, potenciar la capacidad intrínseca del ser humano de resiliencia y para reducir la dependencia constante del medio externo, que en ocasiones dificulta ese encuentro con nosotros mismos que facilite una adecuada introspección y conocimiento interior.
Por ejemplo, que un niño se aburra de vez en cuando sin que se le ofrezca una alternativa, le dará la oportunidad de aprender que hay estados emocionales más difíciles pero que hay que pasar, fortaleciendo su tolerancia a la frustración. Lo cual facilitará el contexto propicio para que pueda desarrollar sus propias herramientas para primero, aprender a convivir con el aburrimiento sin rechazarlo y segundo, poder modificarlo fomentando su creatividad y toma de decisiones.
Respecto al adulto, cuando salimos del círculo vicioso de actividades y reducimos la estimulación externa, recurrimos a la imaginación, pudiendo desarrollar formas de pensamiento originales e innovadoras. Curiosamente el hastío provocado por la sensación de aburrimiento nos emplaza a buscar nuevos objetivos.

“Una generación que no soporta el aburrimiento, será una generación de escaso valor”
Bertrand Russel
Con esta reflexión no pretendo animar a que se favorezca el aburrimiento, sino a que cuando aparezca estemos atentos y no lo rechacemos o evitemos inconscientemente, permitiéndonos vivenciarlo como una oportunidad para adentrarnos en nosotros mismos y abrirnos a nuevos registros.
Esta situación actual, que nos ha obligado a suspender todas aquellas actividades que realizábamos fuera de casa y que normalmente ocupan gran parte de nuestro tiempo, nos impulsa a detenernos, a explorar el desconocido estado para muchos, del no hacer. ¿Quién soy yo sino tengo nada que hacer? ¿Cómo me siento cuando me detengo? ¿Qué tipo de pensamientos aparecen? Son preguntas que pueden ser útiles en este encuentro con nosotros mismos que el momento actual propicia. Y es que, habitualmente, ¿cuáles son las situaciones que nos activan, que nos producen felicidad? Quedar con nuestro grupo de amigos, hacer ejercicio o actividades que nos motiven, conocer y
explorar nuevas relaciones, trabajar en aquello que nos guste, interaccionar a través de redes sociales. Todas ellas enfocadas hacia el objeto externo, cuyo poder es tal, que de la consecución o no de las expectativas depositadas en él depende nuestra satisfacción. Y es dentro de este nuevo paradigma donde el Yoga tiene mucho que aportarnos. Entre otras muchas definiciones con las que cuenta esta milenaria y extensa disciplina, el Yoga es el arte de parar.
Cuando mis alumnos de Yoga acuden a clase, muchas veces comienzo la sesión con la invitación a que visualicen, graben, interioricen una frase en mayúsculas durante su práctica: Nada que hacer. Esta frase va dirigida a detener la acción, haciendo especial énfasis en los movimientos automáticos como rascarse o cambiar de posición, invitando al cuerpo a la quietud y también, incluso en mayor medida, hacia el manejo de los pensamientos; no hay nada que planificar en este momento, nada que recordar.
“Yoga citta-vrtti-nirodha” (Yoga es detener los movimientos de la mente)
Yoga sutras Patanjali (I,2)
Normalmente existe en el ser humano un funcionamiento mental basado en lo que desde el Mindfulness y ACT se ha denominado modo hacer, que se define como: una forma de funcionamiento de la mente orientado a la consecución de una meta, en el cual el pensamiento se ocupa de analizar el pasado y el futuro, en un inagotable diálogo interno, etiquetando continuamente la experiencia como buena o mala, lo cual provoca un apego excesivo a lo percibido como positivo y un rechazo y evitación hacia lo negativo. Pudiendo provocar un estado de tensión física y emocional constante que tiene su repercusión a nivel físico, (contracturas, somatizaciones) a nivel cognitivo (mayor frecuencia e intensidad de pensamientos rumiativos, reiterativos u obsesivos) y a nivel emocional ( estrés, frustración…).
Por lo tanto, aun cuando la acción conductual se detiene, la mente continúa divagando en un mar de pensamientos inespecíficos, sin que el yo dirija el foco atencional. Es lo que desde la neuropsicología se ha llamado red neuronal por defecto (RND). El nivel de energía consumido por el cerebro en personas realizando problemas matemáticos o alguna otra tarea cognitiva compleja, eran prácticamente el mismo que aquellas personas que no estaban realizando ninguna tarea específica. La explicación de este fenómeno es que los sujetos que no estaban realizando ninguna tarea continuaban sumidos en su constante diálogo interno o discurso mental, de manera que seguía habiendo actividad eléctrica neuronal y patrones de sinapsis coordinados.

Sin embargo, desde el Yoga se invita al Sâdhak o practicante a una atención continuada hacia lo único que merece la pena ser atendido, lo único que existe, el continuo e incesante presente. Los anclajes que se proponen son principalmente el cuerpo y la respiración, ya que ambos siempre traen la experiencia al aquí y al ahora. De esta manera se ayuda a reducir el consumo energético de la red por defecto, hasta llegar incluso a anularla, lo que a su vez modifica la vivencia de la acción externa. Y así, invitando a la mente a establecerse en el modo ser, donde el objetivo no se enfoca en ninguna meta específica, la acción se realiza sin esperar nada a cambio solamente por el simple hecho de realizarla. El funcionamiento cognitivo del modo ser se basa en permitir y aceptar los fenómenos que se manifiestan en el presente, sin pretender modificarlos. En este caso no hay una acción de parar la actividad externa, pero sin embargo se detienen las fluctuaciones mentales, se funden con la acción, de manera que el desgaste es menor y la acción más eficaz.
También se experimenta con una continua observación de la impronta que el acto provoca en nosotros a nivel físico, emocional y cognitivo. Porque sólo desde la quietud uno puede darse cuenta de cómo le afecta la acción que realiza. Todo acto que realizamos o estímulo que percibimos deja una huella en nosotros; la cuestión es si estamos atentos para percibirla y si dejamos que se exprese.
Por lo tanto, durante el tiempo que dure esta situación actual, te invito a que de vez en cuando encuentres momentos de calma, de parar cualquier actividad, y a partir de ahí, simplemente observar qué es lo que ocurre en ese instante.
El Yoga, la Meditación o el Mindfulness pueden ser buenas herramientas para experimentar este estado, pero sólo uno mismo puede conocer y decidir qué es lo que más le conviene, eso sí, cuando se experimenta, posibilitando esa experiencia de interiorización, de no hacer, que también forma parte de nosotros.
Entonces simplemente observa.
A ver qué pasa….
Tadá drastuh svarúpevasthánam. (Entonces, cuando el movimiento de la mente llega a detenerse, quién ve se establece en su verdadera identidad existencial)
Yoga Sutras Patanjali (I,3)