Hay muchas maneras de entender el término sabiduría, y muchos enfoques diferentes. En general, se dice que quien posee sabiduría tiene un entendimiento profundo sobre algún tema. De modo que podemos decir que es la comprensión avanzada que tenemos sobre algo.

Desde nuestra perspectiva, se distinguen tres tipos, en función de qué es aquello de lo que tenemos una comprensión elevada. Así, hablamos de la sabiduría convencional mundana, la sabiduría de relacionarse con los demás y la sabiduría última definitiva.

Sabiduría de lo convencional

Para funcionar en la vida, obtener lo que necesitamos, saber un mínimo de cosas. Aprendemos a hablar, escribir, usar objetos, cocinar, etc.; aprendemos un oficio que nos sirva para vivir. Aprendemos diversos conocimientos que nos hacen la vida más fácil. Este es el grado de comprensión más elemental y sirve para relacionarnos con el mundo de lo convencional. Es la sabiduría que cultivamos en mayor o menor medida todas las personas. Sin ella permanecemos indefensos y limitados, y dependemos de los demás para sobrevivir.

Los sistemas educativos están enfocados en que aprendamos a manejarnos en la vida y la sociedad en general valora que aportemos nuestras capacidades en beneficio de la comunidad. También forma parte de esto aprender métodos para tener experiencias espirituales, estudiar técnicas de meditación, aprender filosofía y psicología, estudiar la personalidad, desarrollar atención plena, despertar estados alterados de conciencia, cultivar técnicas para trabajar el cuerpo, conocer energías y aspectos sutiles del cuerpo y el mundo, etc.

Todo lo que se denomina crecimiento personal forma parte de la realidad relativa que se conoce a través de la sabiduría convencional.

Es fácil observar que esta cualidad se desarrolla de maneras diferentes entre las personas. No todo el mundo puede llevar esta sabiduría a su máxima expresión. Sólo algunos llegan a ser grandes cocineros, artistas o médicos. No todo el mundo puede desarrollar la habilidad de comprender profundamente la psicología humana, ni todo el mundo es capaz de alcanzar estados elevados de apertura espiritual.

La sabiduría convencional está limitada por la educación, las predisposiciones genéticas, la interacción con el ambiente, la cultura en que vivimos, etc.

En este sentido, conviene saber que no definimos el despertar espiritual en el sentido de alcanzar estados de conciencia o de vivir en una profunda quietud. Todo esto forma parte de la realidad relativa y cambiante. Considerar el despertar espiritual de este modo implicaría que es inalcanzable para la mayoría de las personas; del mismo modo que es imposible para todo el mundo ser un gran arquitecto o una excelente bailarina.

Por consiguiente debemos saber que el despertar espiritual no es una forma de sabiduría convencional sino que está íntimamente relacionado con la sabiduría última, no se trata de alcanzar estados o capacidades sino de reconocer la verdad y la realidad de lo que nos rodea; y esto es factible para cualquier persona que esté profundamente interesada en ello. Es preciso hacer esta distinción entre la sabiduría de las cosas convencionales y la sabiduría de la realidad última.

La sabiduría de las relaciones

El segundo tipo de sabiduría tiene que ver con nuestro modo de tratar a otros seres vivos. Las personas necesitamos a los demás y los sufrimientos más intensos de nuestras vidas se generan en las relaciones interpersonales. Por consiguiente, si sabemos relacionarnos, seremos más felices y satisfechos. Este tipo de sabiduría implica la adquisición de una sensibilidad al comportamiento, las actitudes y las maneras de pensar de otras personas, e incluye conocer cómo funciona la mente. En esta sabiduría el objetivo no es el éxito en el quehacer personal sino llegar a tener relaciones sanas, positivas y enriquecedoras.

Conforme vamos desarrollando esta capacidad descubrimos el valor y la importancia de cualidades como el respeto, la empatía, la gratitud, el regocijo, la paciencia o la compasión. Las biografías de muchos grandes maestros nos muestran que cuando una persona va ganando en sabiduría se va tornando más generoso y compasivo, y dedica cada vez más tiempo a servir y amar a su comunidad.

En consecuencia, la perspectiva de que el egoísmo es mejor indica mediocridad y de poca sabiduría. Un examen minucioso y atento nos lleva a descubrir que cuando nos relacionamos con generosidad, respeto, empatía y consideración sentimos mayor satisfacción y bienestar. Es frecuente sólo darse cuenta de las limitaciones del egoísmo al final de la vida.

La culminación de esta forma de sabiduría es el deseo de ayudar a evolucionar a otras personas.

Así, aprendemos a ser generosos, a ser tolerantes, a tener paciencia y a evitar hacer daño. Cuando esta sabiduría sigue creciendo empezamos a tener una conciencia de comunidad y sentimos los intereses sociales como algo más importante que los propios. Surge una clara comprensión de que la transformación personal no puede existir sin contribuir al cambio colectivo y que la práctica personal implica necesariamente una actuación a escala global. Los individuos que han llegado a este nivel tienen una visión más amplia y detallada de la realidad de los demás, y por consiguiente adquieren grados mayores de satisfacción interpersonal.

La sabiduría definitiva

El tercer tipo de sabiduría está relacionado con el conocimiento último de la realidad. Es la más elevada y desarrollarla nos lleva a trascender el sufrimiento y a aportar una verdadera transformación al mundo. Se requiere tiempo, experiencia y habilidad, pues es una forma de conocimiento muy sutil que requiere una forma diferente de apreciar las cosas. Se trata adquirir la capacidad de percibir claramente la verdad absoluta de todo lo que existe. Esto es, nos percatamos de la naturaleza esencial de todas los fenómenos y de todos los seres. Una de las claves fundamentales para ello es entender qué queremos decir con verdad y qué nos impide reconocerla.

Cuando estudiamos por qué sufrimos las personas, encontramos que siempre se debe a una distorsión en nuestra percepción. Esto es, un estado mental se vuelve dañino porque distorsiona alguna característica de lo percibido. De modo que acabamos percibiendo algo inexistente. Cometer la equivocación de ignorar la verdad y relacionarnos con algo distorsionado acaba siendo sufrimiento.

Por consiguiente, decimos que los estados mentales negativos son producto de una falta de sabiduría y el sufrimiento de un estado de ignorancia. Cuando atribuimos características inexistentes, sean negativas o positivas, a los fenómenos y personas con los que nos relacionamos, estamos creando sufrimiento y lejos de la sabiduría.

En el estado de ignorancia creemos que las cosas existen por sí mismas e independientes. Mientras que con sabiduría nos hacemos conscientes de que todo está inter-relacionado y no existe nada con un valor intrínseco. Se trata de descubrir la diferencia entre el modo en que parece que existen las cosas y el modo en que existen en realidad.

Cuando usamos cualquier objeto o nos relacionamos con una persona, lo hacemos como si existiera por sí mismo, independiente y autónomo. Sentimos que constituye una entidad separada que parece existir antes de encontrarnos con él. Sin embargo, esto es solo una apariencia. En realidad, ningún objeto existe por sí mismo e independiente de nuestra mente.

Al relacionarnos con objetos, fenómenos y personas creyendo que tienen características propias e independientes respondemos con algún tipo de emoción negativa como apego, aversión, envidia y demás. Luego, actuamos impulsados por ella y acabamos atrayendo infelicidad.

Por tanto, la sabiduría última se refiere a este modo de percibir los fenómenos que capta su vacío de existencia inherente. Su opuesto, la falta de sabiduría, es pensar que todo es real en sí mismo.

Un aspecto muy importante de esta sabiduría es su aplicación a nosotros mismos. Parece que existimos como personas separadas e independientes, pero si aplicamos la sabiduría y nos fijamos, no encontramos nada. Es decir, aunque sentimos de un modo muy patente “yo soy alguien, estoy leyendo, necesito beber algo, etc.” la realidad es que no hay nadie aquí. Existimos como un conjunto de procesos inter-dependientes en constante cambio, y no como individuos dueños de una vida.

El verdadero progreso espiritual va encaminado a soltar todo, a desprenderse. La conciencia de la ausencia de un yo verdaderamente existente nos confronta conque no hay nada a lo que poder aferrarse, ni siquiera un ser espiritual.

No es fácil asumir el ensueño en que vivimos. Por esta razón conviene tener muy presente que el objetivo es dejar de sufrir, debemos recordar que la única opción para vivir en paz es desarrollar esta sabiduría. Si entendemos esto, haremos el esfuerzo de atravesar todas las dificultades y podremos llegar a la meta.

 

Fuente: www.escuelademeditacion.com