Contestando a su hija, la reina utiliza, como haría el común de los mortales, una batería de argumentos de la mente, de la razón, para insistir a Savitri de que renunciando a su elección efectúe otra más conveniente. Mas Savitri, argumentando desde su espíritu, desde su alma y desde el amor, se mantiene en su elección.
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[La reina]
“Oh niña, en la magnificencia de tu alma
que mora en la frontera de un mundo más grande
y deslumbrada por tus pensamientos más allá de lo humano,
confieres eternidad a una mortal esperanza.
Aquí en esta mudable e ignorante tierra
…
¿quién es el amante, quién el amigo?
Aquí todo pasa y nada permanece.
Nadie es para nadie en este transitorio globo.
Aquel a quien ahora amas, como un extraño llegó
y a la lejanía de lo extraño partirá:
una vez representado su papel de un instante sobre el escenario de la vida
que por un tiempo le fue otorgado desde el interior,
a otros escenarios se traslada y a otros actores
y ríe y llora entre caras nuevas, desconocidas.
El cuerpo que tú has amado es desechado
entre la inanimada sustancia incambiante de los mundos
a la indiferente poderosa Naturaleza y se convierte
en materia prima para alegría de otras vidas.
…
El amor muere en nuestro pecho antes que el amado:
nuestras alegrías son perfumes en frágil vasija.
¡Oh qué naufragio sobre el mar del Tiempo
desplegar las velas de la vida al huracán del deseo
y llamar como piloto al ciego corazón!
…
Escoger sus pasos mediante la vigilante luz de la razón,
escoger su senda entre las múltiples sendas
le es dado, para cada uno su difícil meta
extraída desde un infinito de posibilidades.
No permitas que tu meta sea seguir un hermoso rostro.
Sólo cuando hayas ascendido por encima de tu mente
y vivas en la calma vastedad del Uno
podrá ser eterno el amor en la Bienaventuranza eterna
y el amor divino reemplazar la humana atadura.
Existe una velada ley, una fuerza inexorable:
ella te ordena fortalecer tu espíritu inmortal;
ella ofrece sus severas benignidades
de trabajo y de pensamiento y de mesurado grave deleite
como pasos para ascender hasta las lejanas secretas alturas de Dios.
Entonces es nuestra vida un tranquilo peregrinaje,
cada año una milla sobre el Camino celestial,
cada aurora introduce a una Luz más amplia.
…
Mas Savitri replicó con resueltos ojos:
“Mi voluntad es parte de la Voluntad eterna,
mi destino es lo que la fortaleza de mi espíritu puede hacer,
mi destino no es el del Titán; es el de Dios.
He descubierto mi gozosa realidad
más allá de mi cuerpo en el ser de otro:
he encontrado la profunda alma estable del amor.
¿Cómo entonces desearé un solitario bien,
o matar, aspirando a la blanca paz vacía,
la infinita esperanza que hizo a mi alma emanar
desde su infinita soledad y su infinito sueño?
Mi espíritu ha atisbado la gloria para la cual vino,
el palpitar de un inmenso corazón en la llama de las cosas,
mi eternidad abrazada por su eternidad
e, incansable de los dulces abismos del Tiempo,
la profunda posibilidad de amar por siempre.
Esto, esto es lo primero, lo último la felicidad y para su latido*
las riquezas de un millar de afortunados años
son una pobreza. Para mí la muerte y la aflicción nada importan
o las vidas ordinarias y los días felices.
¿Y qué son para mí las comunes almas de los hombres
u ojos y labios que no sean los de Satyavan?
No tengo necesidad de apartarme de sus brazos
y del descubierto paraíso de su amor
y viajar a un calmo infinito.
Sólo ahora por mi alma en Satyavan
atesoro la rica ocasión de mi nacimiento:
bajo la luz del sol y en un sueño de veredas esmeralda
caminaré a su lado como dioses en el Paraíso.
Si por un año, ese año es toda mi vida.
Y sin embargo sé que éste no es todo mi destino
sólo vivir y amar un poco y morir.
…
Porque ahora sé por qué mi espíritu vino a la tierra
y quién soy yo y quién es aquel a quien amo.
Al mirarlo desde mi Ser inmortal,
he visto a Dios sonreírme en Satyavan;
he contemplado lo Eterno en una faz humana.”
Entonces nadie pudo contestar a sus palabras. Silenciosos
se sentaron y contemplaron los ojos del Destino.
FIN DEL CANTO UNO, LIBRO VI
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Notas:
…y para su latido: del “palpitar de un inmenso corazón” … citado unas líneas más arriba.
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