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Por último, antes de llegar al lugar de su alma, Savitri todavía va a encontrarse con una ardiente multitud, las emociones que a los comunes corazones hacen sublimes, que nosotros solemos identificar con nuestros más bellos sentimientos y que entendemos como la mejor parte de nosotros mismos.
Así continuó a través de su silencioso yo.
Llegó a una calle atestada por una ardiente multitud
de marcha radiante, pies flamígeros, ojos luminosos,
apremiada [la ard. mult.] por llegar al misterioso muro del mundo,
y pasar a través de disimuladas salidas a la mente exterior
adonde la Luz no llega ni la mística voz,
mensajeros de nuestras subliminales grandezas,
huéspedes de la caverna del alma secreta.
En la tenue somnolencia espiritual irrumpen
o derraman amplia maravilla en nuestro yo de vigilia,
ideas que nos acosan con su radiante impronta,
sueños que son sugestiones de una Realidad nonata,
extrañas diosas de ojos mágicos profundos como lagos,
poderosos dioses de cabellera de viento portando las arpas de la esperanza,
espléndidas figuras de tonos lunares deslizándose a través del aire dorado,
por cabeza soleados sueños de aspiración y miembros de esculpida estrella,
emociones que a los comunes corazones hacen sublimes.
Y Savitri mezclándose con esta gloriosa multitud,
aspirando a la luz espiritual que ellos llevaban,
anheló por un momento correr como ellos a salvar el mundo de Dios;
mas refrenó la elevada pasión en su corazón;
sabía que primero debía descubrir su alma.
Sólo quienes a sí mismos se salvan pueden salvar a otros.
En sentido contrario se enfrentaba con la enigmática verdad de la vida:
ellos llevaban la luz a los hombres sufrientes
apresurándose con afanosos pies hacia el mundo exterior;
ella volvía sus ojos hacia el origen eterno.
Extendiendo sus manos para detener a la multitud gritó:
“Oh feliz compañía de luminosos dioses,
revelad, quien lo conozca, el camino que debo seguir, —
pues seguramente ese brillante rincón es vuestra casa, —
para encontrar el lugar de nacimiento del Fuego oculto
y la escondida mansión de mi alma secreta.”
Alguien contestó señalando hacia un tenue silencio
en una remota extremidad del sueño
en un lejano trasfondo del mundo interior.
“Oh Savitri, de tu escondida alma venimos.
Somos los mensajeros, los dioses ocultos
que ayudan a las deslucidas y duras vidas ignorantes de los hombres
a despertar a la belleza y a la maravilla de las cosas
tocándolos con gloria y divinidad;
en el mal encendemos la inmortal llama del bien
y llevamos la antorcha del conocimiento por las vías de la ignorancia;
somos tu voluntad y la voluntad de todos los hombres hacia la Luz.
Oh humana copia y disfraz de Dios
que buscas la divinidad que en ti escondida guardas
y vives por la Verdad que no has conocido,
sigue la sinuosa avenida del mundo hasta su origen.
Allí en el silencio que muy pocos han alcanzado,
verás el Fuego ardiendo en la desnuda piedra
y la profunda caverna de tu alma secreta.”
Entonces Savitri continuando por la gran vía serpenteante
llegó a donde en angosta senda se estrechaba
hollada únicamente por raros lacerados pies de peregrino.
Unas pocas formas brillantes emergían desde desconocidas profundidades
y la miraban con calmos ojos inmortales.
Allí no había sonido que rompiera el acogedor silencio;
se percibía la callada proximidad del alma.
FIN DEL CANTO TRES
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© “Savitri de Sri Aurobindo”