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Hacia adelante siguió en la ascendente ruta de su espíritu.
Una ardiente grandeza subía entre los helechos y las rocas,
un viento silencioso invitaba al entusiasmo del corazón,
los árboles exhalaban el más delicado perfume.
Todo se volvió hermoso, sutil y elevado y extraño.
Aquí sobre una roca tallada en gran trono
una Mujer se sentaba resplandor oro y púrpura,
armada de tridente y rayo,
apoyados sus pies sobre el lomo de un recostado león.
Una imponente sonrisa redondeaba sus labios,
el fuego del cielo reía en las comisuras de sus ojos;
su cuerpo una masa de coraje y fortaleza celestial,
amenazaba ella el triunfo de los dioses inferiores.
Un halo de relámpagos flameaba alrededor de su cabeza
y la soberanía, una gran banda, ceñía su vestido
y la majestad y la victoria se sentaban con ella
protegiendo en el inmenso campo de batalla cósmico
contra la roma igualdad de la Muerte
y la insurgente Noche que todo lo nivela
a la jerarquía de los ordenados Poderes,
a los altos inmutables valores, las eminencias cimeras,
a la privilegiada aristocracia de la Verdad,
y del gobernante sol del Ideal
al triunvirato de sabiduría, amor y gozo
y a la exclusiva autocracia de la Luz absoluta.
Augusta sobre su sitial en el mundo interior de la Mente,
la Madre de Poder contemplaba las cosas pasajeras de más abajo,
escuchaba el paso del Tiempo que avanza,
veía el irresistible girar de los soles
y oía la atronadora marcha de Dios.
En medio de las ondeantes Fuerzas en lucha
soberana era su palabra de luminoso comando,
su alocución fluía cual grito de guerra o cual canto de peregrino.
Como encanto que restaura la esperanza en desfallecidos corazones
aspiraba la armonía de su potente voz:
“Oh Savitri, yo soy tu alma secreta.
He descendido al mundo de los humanos
y al movimiento observado por un Ojo insomne
y al oscuro antagonismo del sino de la tierra
y a la batalla entre los luminosos y los sombríos Poderes.
Permanezco sobre las sendas de peligro y aflicción de la tierra
y ayudo al desdichado y al condenado salvo.
Al fuerte traigo el galardón de su fortaleza,
al débil traigo la armadura de mi fuerza;
a los hombres que anhelan les otorgo su codiciada alegría:
yo soy la fortuna que justifica al grande y al sabio
por la sanción del aplauso de la multitud,
para aplastarlos luego con el talón de hierro del destino.
Mi oído inclinado del oprimido al grito,
yo derroco los tronos de los Reyes tiranos:
un clamor llega de vidas proscritas y acosadas
solicitándome contra un mundo despiadado,
voz del abandonado y desolado
y del solitario preso en la mazmorra de su prisión.
Los hombres saludan en mi llegada la fuerza del Todopoderoso
o elogian con lágrimas de agradecimiento su Gracia salvadora.
Yo golpeo al Titán que a horcajadas monta al mundo
y doy muerte al ogro en su guarida tinta en sangre.
Yo soy Durga, la diosa del arrogante y del fuerte,
y Lakshmi, la reina del feliz y afortunado;
yo adopto la faz de Kali cuando extermino,
yo pisoteo los cadáveres de las hordas de demonios.
Yo soy la encargada de Dios para este potente trabajo,
indiferente sirvo su voluntad que me envió,
temeraria ante el peligro y la terrena consecuencia.
Yo no argumento de la virtud y del pecado
mas ejecuto la acción que él ha puesto en mi corazón.
Yo no temo el airado ceño fruncido del Cielo,
no me estremezco por el rojo asalto del Infierno;
yo aplasto la oposición de los dioses,
del trasgo un millón de obstáculos arraso.
Yo guío al hombre hacia la senda del Divino
y lo protejo del Lobo rojo y de la Serpiente.
En su mano mortal pongo mi celestial espada
y sobre su pecho coloco la armadura de los dioses.
Yo destrozo el ignorante orgullo de la mente humana
y conduzco el pensamiento hacia la amplitud de la Verdad;
yo desgarro la estrecha y satisfactoria vida del hombre
y fuerzo a sus pesarosos ojos a mirar hacia el sol
para que pueda morir a la tierra y vivir en su alma.
Yo conozco la meta, yo conozco el secreto camino;
yo he estudiado el mapa de los mundos invisibles;
yo soy la avanzada de la batalla, la estrella de la etapa.
Mas el gran obstinado mundo resiste a mi Palabra,
y el retorcimiento y la maldad en el corazón del hombre
es más fuerte que la Razón, más profundo que el Infierno,
y la malicia de los Poderes hostiles
retrasa arteramente el reloj del destino
y más poderosa parece que la eterna Voluntad.
El mal cósmico es demasiado profundo para ser desarraigado,
el cósmico sufrimiento demasiado extenso para ser curado.
A unos pocos guío que me adelantan hacia la Luz;
a unos pocos salvo, la masa retrocede sin salvación;
a unos pocos ayudo, la mayoría luchan y fracasan.
Pero he curtido mi corazón y hago mi trabajo:
lentamente la luz aumenta por el Este,
lentamente el mundo progresa sobre el camino de Dios.
Su sello permanece en mi tarea, no puede fracasar:
escucharé el gozne de plata de las puertas del cielo
cuando Dios venga al encuentro del alma del mundo.”
El esquema global del presente canto puede verse en este enlace.
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© “Savitri de Sri Aurobindo”