En el presente Canto, Las Tres Fuerzas del Alma, se repite por tres veces la siguiente cadencia:
1.- Presentación y parlamento de una Fuerza del alma.
2.- Presentación y parlamento de su Titán oponente.
3.- Contestación de Savitri.
Todo ello según el siguiente esquema:
1.-Fuerza del alma:
503 La Divina Compasión, Madre de los dolores, Señora de la aflicción divina.
508 La Señora del Poder, Madre del trabajo y de la fuerza.
514 La Señora de luz, Madre de paz y de gozo.
2.- Titán oponente:
505 El Hombre del Dolor.
510 El Ego del Deseo.
516 El Hombre de pensamiento.
3.- Respuestas de Savitri. 507, 513, 520.
Libro VII: El Libro del Yoga. Canto IV: Las Tres Fuerzas del Alma.
503
Aquí a partir de un bajo y prono y apático suelo
comenzó la pasión del primer ascenso;
faz de resplandor lunar en sombría nube de cabello,
se sentaba una Mujer de ropaje de pálido brillo.
Su austero asiento un escarpado e irregular terreno,
bajo sus pies una afilada y lacerante roca.
Divina compasión en las cimas del mundo,
espíritu tocado por la aflicción de cuanto vive,
miraba hacia la lejanía y desde la mente interior veía
este cuestionable mundo de cosas externas,
de falsas apariencias y convincentes formas,
este dudoso cosmos desplegado en el ignorante Vacío,
los dolores de la tierra, la labor y el movimiento de las estrellas
y el difícil nacimiento y doloroso fin de la vida.
Aceptando el universo como su cuerpo de sufrimiento,
la Madre de los siete dolores llevaba
siete puñales atravesados en su sangrante corazón:
una triste belleza persistía en su rostro,
desgastados sus ojos por el perseverante tinte de las lágrimas.
Su corazón roto por la agonía del mundo
y pesaroso por la tristeza y el esfuerzo en el Tiempo,
su ensimismada voz traslucía el tono de la angustia.
Absorta en un profundo éxtasis de compasión,
elevando el afable rayo de su paciente mirada,
en suaves dulces expresivas palabras pausadamente habló:
“Oh Savitri, soy tu alma secreta.
Para compartir el sufrimiento del mundo vine,
en mi corazón llevo las angustias de mis hijos.
Soy la enfermera del dolor bajo las estrellas;
soy el alma de todos cuantos gimiendo se retuercen
bajo el despiadado escarificador de los Dioses.
Mujer soy, solícita y esclava y golpeada bestia;
las manos que me asestan crueles golpes cuido.
A los corazones que desdeñan mi amor y mi celo sirvo;
soy la reina cortejada, la muñeca mimada,
soy la que sirve la escudilla de arroz,
el adorado Ángel de la Casa soy.
Estoy en todo cuanto sufre y llora.
Mía es la plegaria que asciende en vano desde la tierra,
las agonías de mis criaturas me atraviesan,
soy el espíritu en un mundo de dolor.
El alarido de la carne torturada y de los torturados corazones
que retorna al corazón y a la carne sin ser escuchado por el Cielo
ha desgarrado mi alma con su aflicción e ira desvalidas.
Yo he visto al campesino abrasado en su cabaña,
he visto el acuchillado cuerpo del niño sacrificado,
he escuchado el llanto de la mujer violada desnuda y arrastrada
entre los aullidos de la horda de sabuesos del infierno,
yo lo he contemplado, carezco de poder para salvar.
No dispongo de fuertes brazos para ayudar o para matar;
Dios me dio amor, su fuerza no me dio.
He compartido el esfuerzo del animal de carga bajo el yugo
azuzado por la pica, obligado por el látigo;
he compartido la atemorizada vida del pájaro y de la bestia,
su prolongado acecho por el precario alimento del día,
su encubierto sigilo y agazapo y su hambriento merodeo,
su sufrimiento y su terror cuando alcanzados por pico y garra.
He compartido la vida diaria de los hombres comunes,
sus insignificantes placeres y sus insignificantes preocupaciones,
el apremio de sus pesares y la demacrada horda de enfermedades,
la triste estela de la tierra sin esperanza de alivio,
el indeseado tedioso trabajo sin disfrute,
y la carga de miseria y los golpes del destino.
Yo he sido la piedad que se inclina sobre el dolor
y la sonrisa tierna que cura el herido corazón
y la compasión que hace la vida menos dura de soportar.
El hombre ha sentido la proximidad invisible de mi rostro y de mis manos;
me he convertido en quien sufre y en su gemido,
me he postrado junto al mutilado y al muerto,
he vivido con el prisionero en la celda de su mazmorra.
Abrumador sobre mis hombros pesa el yugo del Tiempo:
sin eludir nada de la carga de la creación,
he soportado todo y sé que debo seguir soportando:
tal vez cuando el mundo se sumerja en un último sueño,
también podré dormir en una muda paz eterna.
He sobrellevado la calma indiferencia del Cielo,
he visto la crueldad de la Naturaleza para con las cosas sufrientes
mientras Dios pasaba silencioso de largo sin volverse para ayudar.
Sin embargo no he protestado contra su voluntad,
sin embargo no he censurado su cósmica Ley.
Sólo para cambiar este desmesuradamente duro mundo de dolor
una paciente plegaria se ha elevado desde mi pecho;
una pálida resignación ilumina mi rostro,
en mi interior una fe y una misericordia ciegas;
soy portadora del fuego que nunca se extingue
y de la compasión que sustenta los soles.
Yo soy la esperanza que dirige la mirada hacia mi Dios,
mi Dios que jamás vino a mí hasta ahora;
su voz escucho que siempre dice: ‘Iré’:
sé que un día por fin vendrá.”
El esquema global del presente canto puede verse en este enlace.
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© “Savitri de Sri Aurobindo”