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Adelante siguió en busca de la mística caverna del alma.
Al principio entró en una noche de Dios.
Extinguida estaba la luz que ayuda al laborioso mundo,
el poder que lucha y da traspiés en nuestra vida;
esta mente poco eficiente desistió de sus pensamientos,
el esforzado corazón de sus infructuosas esperanzas.
Desaparecieron todo conocimiento y las formas de la Idea
y la Sabiduría temerosa ocultaba su humilde cabeza
presintiendo una Verdad demasiado grande para el pensamiento o la palabra,
sin forma, inefable, por siempre la misma.
Una inocente y sagrada Ignorancia
adoraba como quien adora un Dios sin forma
la invisible Luz que no podía reclamar ni poseer.
En una simple pureza de vacuidad
su mente cayó de rodillas ante lo incognoscible.
Todo fue abolido excepto su desnudo yo
y el postrado anhelo de su rendido corazón:
no había fuerza en ella, ni pretensión de fuerza;
el arrogante ardor del deseo se había extinguido
avergonzado, vanidad del yo separado,
la esperanza de grandeza espiritual había huido,
no imploraba salvación ni una corona celestial:
la humildad parecía ahora un estado demasiado altivo.
Su yo nada era, Dios solo era todo,
mas a Dios no lo percibía sólo sabía que estaba.
Una sagrada oscuridad se instalaba ahora en el interior,
el mundo era una profunda oscuridad enorme y desnuda.
Este vacío contenía más que todos los rebosantes mundos,
esta vacuidad sentía más que todo lo que en el Tiempo ha nacido,
esta tiniebla conocía mudamente, inmensamente lo Desconocido.
Mas todo era amorfo, callado, infinito.
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© “Savitri de Sri Aurobindo”