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Un ser permanecía perenne en lo transitorio,
inmortal entreteniéndose con cosas momentáneas,
en cuyos amplios ojos de tranquila felicidad
que la piedad y la tristeza no podían abrogar
lo infinito volvía su mirada sobre las formas finitas:
observadora de los silenciosos pasos de las horas,
la eternidad mantenía los actos del momento
y las pasajeras escenas del juego de lo Eterno.
En el misterio de su excelsa voluntad,
en la Divina Comedia una participante,
la consciente representante del Espíritu,
la delegada de Dios en nuestra humanidad,
camarada del universo, rayo de lo Trascendente,
ella* había venido al interior de la habitación del cuerpo mortal
para seguir el juego de Tiempo y Circunstancia.
Una alegría en el mundo su predominante movimiento aquí,
la pasión del juego iluminaba sus ojos:
una sonrisa en sus labios daba la bienvenida al gozo y al sufrimiento de la tierra,
la risa era su respuesta al placer y al dolor.
Veía todas las cosas como una mascarada de la Verdad
disfrazada en los ropajes de la Ignorancia,
surcando los años hacia la inmortalidad;
todo podía afrontarlo con la fortaleza de la paz del espíritu.
Mas puesto que conoce el esfuerzo de mente y vida
como una madre siente y comparte las vidas de sus hijos,
destaca una pequeña porción* de sí misma,
un ser no mayor que el pulgar del hombre
dentro de un escondido ámbito del corazón
para enfrentar el dolor y olvidar el gozo,
para compartir el sufrimiento y soportar las heridas de la tierra
y esforzarse en medio de la labor de las estrellas.
En nosotros ríe y llora, acusa el golpe,
exulta en la victoria, lucha por la corona;
identificado con mente y cuerpo y vida,
toma sobre sí su angustia y su derrota,
sangra con los latigazos del Destino y cuelga suspendido de la Cruz,
mas es el yo inmortal que sin heridas
soporta al actor de la humana escena.
A su través* ella* nos envía su gloria y sus poderes,
impulsa hacia alturas de sabiduría a través de abismos de desdicha;
nos da la fortaleza para cumplir nuestra diaria tarea
y la compasión que comparte la aflicción de los demás
y la menguada fuerza que tenemos para ayudar a nuestra raza,
nosotros que debemos dramatizar el papel del universo
escenificándolo en una insignificante forma humana
y llevar sobre nuestros hombros al esforzado mundo.
Esto es en nosotros la deidad empequeñecida y desfigurada;
en esta porción humana de divinidad
ella* asienta la grandeza del Alma en el Tiempo
para elevar de luz en luz, de poder en poder,
hasta que en un pico celestial permanece, rey*.
Débil en el cuerpo, en su* corazón un invencible poder,
asciende a trompicones, llevada por una mano invisible,
esforzado espíritu en forma humana.
Aquí en esta cámara de llama y luz se encontraron;
se miraron la una a la otra, se reconocieron,
la secreta deidad y su parte humana,
la calma inmortal y el alma que lucha.
Entonces en mágico apuro de transformación
se precipitaron la una en la otra y se fundieron una.
Notas:
ella había venido: el alma secreta de Savitri (véase última línea de 525)
una pequeña porción de sí misma: en este verso y los doce siguientes se describe el “ser psíquico”.
A su través: A través del “ser psíquico”.
ella nos envía: el alma secreta.
ella asienta: el alma secreta sitúa en el interior del hombre una parte de sí misma: el Alma en el Tiempo o “ser psíquico”. Este hecho constituye uno de los hitos relevantes dentro de las enseñanzas de Sri Aurobindo. En relación con ello pueden consultarse las últimas líneas del artículo “Para leer Savitri: El libro del Yoga”.
permanece, rey: el Alma en el Tiempo o “ser psíquico”.
en su corazón: de esta porción humana de divinidad, el hombre.
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© “Savitri de Sri Aurobindo”