El presente artículo pertenece al capítulo “El valor de la Educación” del libro “El Sendero Soleado”, por Madre.

Cuando somos pequeños ensoñamos milagros, deseamos que desaparezca toda la maldad, que todo sea siempre luminoso, hermoso, amable, nos gusta que las historias terminen siempre bien. Son estos sueños los que deberíamos cultivar.

Cuando el cuerpo siente sus miserias, sus límites, hay que sobreponer sobre esas sensaciones los sueños de una fuerza que no tenga límite, de una belleza que no conozca la fealdad, y de capacidades maravillosas: sueños de poder elevarse en el aire, de poder desplazarse a cualquier lugar que sea necesario, de enderezar las cosas cuando se han torcido, de curar las enfermedades; en fin, todos esos sueños que se tienen cuando uno es pequeño…

Generalmente, los padres o los educadores no hacen sino arrojar jarros de agua fría sobre ellos, diciendo: “¡Ah, eso!, se trata de un sueño, no es la realidad”.

Normalmente se educa a los niños con ese buen sentido romo, vulgar, –que llega a convertirse en un hábito arraigado–, que hace que cuando algo va bien, inmediatamente surge la idea: “¡Oh, esto no puede durar!”; cuando alguien se comporta de forma amable, surge la impresión: “¡Oh, a ver cuánto le dura!”; o cuando uno ha sido capaz de hacer alguna cosa: “¡Oh, mañana ya no me saldrá tan bien!”… Todo eso es como un ácido, un ácido corrosivo en el ser, que quita la esperanza, la certidumbre, la confianza en la posibilidad futura.

En lugar de ello, ¡debería hacerse justo lo contrario! Habría que enseñar a los niños: “Sí, eso es lo que debes intentar, y no solamente es posible, sino seguro si entras en contacto con lo que, en tu interior, es capaz de ello. Debes conseguir que sea eso lo que dirige tu vida, lo que la organiza, lo que te hace crecer en el sentido de lo verdaderamente real, que el mundo ordinario llama ilusión.”

Cuando un niño está lleno de entusiasmo, jamás le echéis un jarro de agua fría por encima, jamás le digáis: “Ahora todavía no lo sabes, ¡pero la vida no es así!” En lugar de ello habría que animarle diciendo: “Sí, ahora las cosas todavía no son así, parecen desagradables, pero detrás de ellas existe una belleza que intenta manifestarse. Es eso lo que tienes que amar, lo que tienes que atraer; es eso lo que tienes que convertir en el objeto de tus sueños, de tus ambiciones.”

La Madre.